Una semana más en que no puedo ocultar mi gran satisfacción al conocer la noticia de las nominaciones del gran Clint Eastwood a mejor director como a mejor actor protagonista para obtener las estatuillas más preciadas (a-preciadas en su sentido inverso para muchos) del mercado del séptimo vicio. Este hombre es sencillamente prodigioso. A sus setenta y cuatro años está en plena forma, qué digo, está en una plenitud creativa envidiable y que ya muchos desearían para sí a expensas de una juventud pretendidamente innovadora cuya voluntad de estilo vacuo acaba prevaleciendo sobre la auténtica densidad de las historias. El mítico y genial Eastwood nos regalará de nuevo una de esas creaciones que exploran a fondo, con la honda madurez que proporciona la emoción desprovista de toda pátina relamida o artificial, el complejo y alambicado universo de las relaciones humanas. Le deseamos lo mejor. Y este anhelo también me conduce, al haber referenciado de puntillas algunos avatares referidos a la creación artística, a expandir mi interés hacia las zonas más grises donde se entrecruzan, generándolas, las líneas demarcadas por el autor y su obra, entendida ésta como producto de un ritmo y un tiempo determinados. Tal vez estemos en la obligación al colocarnos en una perspectiva crítica de contemplar el producto como un ser autónomo que prácticamente diseña nuestros sueños de realización. Me viene así a la mente la llamada así por Walter Benjamin fantasmagoría de la mercancía. De repente un flash inesperado y me sorprendo pensando en las imposibilidades de escribir, en la memoria no clausurada de las víctimas y en la infinita injusticia que no tiene fin. ¿Aniversario de Auschwitz? Me dan náuseas cuando veo ese rótulo equiparado a cualquier otro eslogan propagandístico. Zona cero de la historia. El horror absoluto producto de la combinación de factores psicohistóricos cuya interacción dio como resultado la inconsciencia voluntaria, el vergonzoso silencio asumido de una población cómplice en el mayor genocidio de la historia. El nudo en la garganta ya no me abandona y sólo puedo tragar saliva y aunque más no sea una vez, exalto la acuidad de ciertas almas conmovidas/afectadas/intrigadas por ese descenso al infierno de lo humano para tratar de rescatar de esas ruinas pestilentes una llama portadora de una esperanza de salvación. Pienso en el estremecedor testimonio de Primo Levi, en el tremendo diario de Ana Frank, en los espeluznantes relatos de Jorge Semprún y Elie Wiesel, en la teoría sobre la banalización del mal propuesta por la filósofa Hannah Arendt…y tras ese breve repaso de nombres me asalta la convicción de que cualquier convicción mantenida sin el adecuado grado de escepticismo puede ser responsable de las masacres más atroces, también por lo tanto de las justificaciones y difusiones de responsabilidad frente a las mayores barbaries que contra la humanidad pudieran imaginarse. Pero hace mucho tiempo, ya no nos acordamos de ello, que pasamos de la imaginación al hecho, de la intención de matar al asesinato. Y por el camino que vamos, por la tenebrosa senda que nos empeñamos en seguir recorriendo, nada puede hacernos pensar en que la situación mejore hacia el logro de mayores cuotas de eticidad o de inteligencia cívica. ¿Cómo expresar esa amargura del hombre moderno? ¿Cómo su irrefrenable hastío y su insufrible estolidez? Imposibilidad de concisión en el lenguaje que da vueltas sobre la realidad sin atraparla. El sentido es el efecto de una peonza que gira sobre un punto móvil e inexistente y que ella parece crear en cada lanzamiento. Pero, ¿de dónde proviene la fuerza y la direccionalidad aplicada sobre el artilugio del significado? Preguntas y más preguntas que me gustaría de cuya respuesta me gustaría destilar la esencia y concentrarla en una ecuación matemática, verificable, cuantificable, fija e imperecedera. Pretensión fútil la mía. El sordo clamor de las víctimas se eleva como una oscura plegaría desde los abismos de la sinrazón y la muerte. La percibimos en la lejanía, intuimos que nos sobrevuela como una oscura nube de invierno pero preferimos desviar nuestra avergonzada mirada y dirigir nuestros pensamientos hacia lugares más cálidos. Nos damos permiso para discurrir y emitir juicios sobre la posibilidad de existencia de tal fenómeno, pero jamás sobre la auténtica realidad de su verdadera naturaleza. Dudamos ciegos, desorientados, extraviados dentro del laberinto de nuestro propio miedo a la verdad y sin embargo esa es la única verdad que soportamos, la de nuestra radical duda de toda verdad. La luz que ahora se balancea frente a mis ojos proviene de un sol negro situado en el centro de lo real. Tengo que pulsarla para librarme de esta enorme angustia. Ella me acaricia con delicadeza y juntos efectuamos el movimiento preciso que producirá el solicitado efecto anestésico. PUSH IT HELL:
Zack Snyder: El amanecer de los muertos. Furioso y extraordinario largometraje del debutante Zack Snyder en la que resulta ser una mejora significativa sobre la cinta original (concepto éste desgastado donde los haya) "Zombi" del autor de culto George A. Romero. Si el terrorífico e impactante comienzo apabulla por la explosividad rabiosa de una situación fuera de todo límite racional, la habilidad del realizador no se deja anclar en el recuerdo de su deslumbrante inicio y progresa con tensión creciente hacia el análisis más detallado de una microcomunidad encerrada en el entorno de un gran centro comercial, justo la imagen mnémica que más perdura en los zombificados cerebros de los muertos vivientes (¿nos es extrapolable quizá?), donde las relaciones de ayuda y/o rivalidad se verán favorecidas u obstaculizadas en múltiples sentidos por los propios demonios interiores que emergen calentados por el horror, el miedo, el impulso de supervivencia y un pervertido sentido de protección familiar. Las reflexiones de carácter más metafísico acerca de la causalidad o el significado último del Apocalipsis que rodea a los personajes son lanzadas a modo de saetas envenenadas contra un mundo que ha dado por buena una situación de guerra y explotaciones continuas de unos hombres sobre sus semejantes, alimentando una sociedad abstraída de sus verdaderas responsabilidades y enajenada de sí misma en una imagen de indiferente y voraz consumo de productos y mensajes publicitarios. Tal vez por ello un regusto de combativo cinismo y contumaz ironía no deje de estar presente a lo largo y ancho de todo el metraje para, una vez preparado el terreno con los adecuados guiños y deliberados señuelos, gracias siempre a la colaboración de unos perfectos efectos especiales puestos al servicio de unas secuencias de acción realmente conseguidas, ofrecer al espectador un desenlace pesimista pero profundamente abierto a lecturas e interpretaciones de toda guisa, dejando en suspenso ciertos interrogantes cuya no resolución dotan al conjunto de una densidad filosófica insospechada. ¿Es esto un objetivo perseguido por una cinta en apariencia, pero sólo en apariencia, pensada para un tipo de consumo fácil y masivo o se trata simplemente del fruto obtenido desde un afortunado azar? En nuestra opinión el sentido crítico y hasta reflexivo de la película se produce acertadamente como efecto global de la misma, y esto por la inteligencia con que son establecidas conexiones comunicativas entre alusiones sociales claramente reconocibles y el desarrollo afectivo intra e interindividual que termina por desembocar en tragedias inevitables y heroicidades catastróficas. Así que el eficaz entretenimiento nunca se olvida del verdadero interés de la historia que se nos está contando y la combinación entre inesperados sobresaltos, tensión psicológica creciente y alegoría social de múltiples consecuencias no resulta en ningún caso forzada y se desenvuelve con la soltura de una absorbente y sombría pesadilla. ¿Puede contagiarse la violencia y extinguir la vida en el planeta? Yo diría que sí. Buena.
P.D.: ¿Fraude monumental en la entrega de los premios Goya? El Zine Peta.
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