Una semana más lanzado desde la irresolubilidad de ciertos cuestionamientos hacia la directa materialidad de una acción más concreta y, por qué no, irreflexiva. Pienso entonces en sutiles pero decisivas diferenciaciones entre opuestos que se complementan y desdicen de un modo dialéctico, es decir, porque de algún modo más o menos complementario se necesitan. Espíritu y Carne. Trascendencia e Inmanencia. Como también se me ocurren las enigmáticas diferencias entre lo que podemos considerar "erotismo" y aquello que solemos denominar con el calificativo de "pornográfico". A veces para llegar a comprender una oposición entre dos polos es preciso acudir a otra. Tal vez pueda serme de ayuda apelar a lo normal y a lo prohibido. Lo pornográfico se situaría más allá de las expectativas "normales", de lo habitualmente esperado, y representaría la irrupción de lo ominoso, lo Siniestro, en el sentido de la extrañeza amenazante dentro de lo profundamente conocido o familiar. En la producción porno predominaría la dimensión de lo imaginario, como una pantalla donde proyectar los propios fantasmas convirtiéndose así en una especie de lenguaje visual autorreferencial. Ahí entonces podría hacer su aparición, en este teatro de la carne, del erotismo como alternativa "verdadera" a lo porno, como una forma de discurso sobre la verdad del sexo con funciones paradójicamente represoras. Pero ¿qué sería aquí lo reprimido por un supuesto conocimiento de-a-dos de la cosa sexual? No otra diferente que los propios fantasmas pornográficos desatados bajo el furor del Deseo. Luego la escenografía porno atentaría sobre un supuesto saber sobre lo sexual, es decir, ofreciendo una alternativa ficticia a esa brecha en el saber sobre lo sexual. Al mirar la pornografía uno puede darse cuenta de hasta qué punto para nuestro inconsciente todo objeto sexual es siempre un objeto fetichizado. Y en esa imposibilidad de verdadera relación sexual el cuento porno tiende inexorablemente a camuflar a sus protagonistas. El divino perverso, el marqués de Sade, lo sabía perfectamente. Pienso todo esto mientras me convulsiona una descarga frenética dentro del circo eléctrico de los extraordinarios W.A.S.P. con la producción de Blackie Lawless. Un destello relampagueante zigzaguea sin piedad dentro de mi cerebro y martillea con insistencia inusitada mis centros de luz. He de hacerlo una vez más. PUSH IT CORPORAL:
Jane Campion: In the cut (En carne viva). La realizadora de la extraordinaria "El Piano", una película atravesada por una belleza poética arrebatadora, nos regala ahora un filme verdaderamente interesante sobre el deseo y su múltiples formas de satisfacción. Se trata de una cinta que toma el género policiaco en versión "serial killer" como pretexto argumental para ahondar con cierto sentido alegórico en las procelosas y profundas corrientes surcadas por la pulsión y sus objetos. Pero es el deseo femenino sobre todo el que es tomado en consideración por la directora, para lo cual utiliza como acertados recursos narrativos unas imágenes alteradas y difuminadas que envuelven el desarrollo psicológico de la protagonista en una ambiente asfixiante y obsesivo de creciente pesadilla interior. Una casi desconocida Meg Ryan, que aprovecha perfectamente su encomiable cambio de registro interpretativo, encarna a una solitaria e inestable profesora de literatura que, tras ser impactada directamente por una imagen de alto contenido erótico, que ataca sin aviso sobre su propia fantasmática sexual reprimida, abre progresivamente los ojos a la "otra escena" de su psiquismo, mucho más amenazante que lo habitualmente conocido como peligroso pero también mucho más real y presente, a la vez más próximo y extraño, que lo más tangible configurador de lo cotidiano. Las imágenes de desasosiego se van cruzando con citas literarias significantes de sus vivencias y la propia sistematicidad asesina del carnicero desmembrador se entrelaza con todas esas sombrías referencias a la carne, su disección y el deseo tortuoso de penetrar en los secretos inescrutables del goce, un goce situado en este caso mucho más allá del puro placer, es decir, más acá de la puro obsesión repetitiva, de la desnuda pulsión de muerte. La solución ofrecida por Campion y la coguionista Susanna Moore, autora de la novela homónima sustento de la película, es ciertamente menos arriesgada y más convencional que la ofrecida, por citar un eximio ejemplo sobre esta temática y salvando cualquier distancia comparativa, por el maestro Oshima en su ya clásica "El imperio de los sentidos" (véase mi crítica al respecto). Pero no por más predecible menos probable, pues en efecto una salida posible al crisol de la encrucijada marcada por la presencia de lo siniestro es el abandono de esa vía de satisfacción y el retorno hacia el camino conocido y tranquilizador de las representaciones socialmente sancionadas de placer, lo cual supone para la escritora asumir su íntima falta constitutiva, estructural, aniquilando su tiránico ideal de perfección. Película ésta, en fin, que ha de ser vista no tanto para saber cómo finaliza sino más bien para disfrutar directamente con su transcurso. Interesante.
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