Los Oscar nos han vuelto a sorprender, lo que ya nos parecía casi imposible, de un modo ciertamente desagradable, precisamente en una de las entregas que presumíamos memorable para todos aquellos amantes del gran cine. Si bien es cierto que algunos de los reconocimientos mayores, caso del mejor director al taiwanés Ang Lee, del mejor guión adaptado a la memorable “Brokeback mountain”, del mejor actor protagonista a la magistral recreación de Philip Seymour Hoffman del genial y amanerado Truman Capote o del mejor actor de reparto a un sombrío e inspiradísimo George Clooney, pueden ser considerados de máxima fiabilidad (aunque tal vez el galardón a mejor director debería haber ido a parar en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, a las manos de un Steven Spielberg en plena posesión de sus mejores facultades artísticas y técnicas), no es menos cierto que el galardón de oro, la mejor película, el premio gordo de la lotería hollywoodiense otorgado a la que sin duda es la peor vista de todas las aspirantes, arroja una sombra de decepción y sospecha sobra la objetiva calidad de las decisiones tomadas.
Una vez más Hollywood acaba sucumbiendo a sus propios miedos internos y termina premiando a una cinta aparentemente dura, adornada de forma y muy vacía en contenido, artificiosa, de pretenciosidad irritante y de sensiblería dulcificadora para una historia que, de haber estado bien desarrollada en su conjunto, demandaba por su propia dinámica interna un mayor coraje en su resolución final. Paul Haggis sabe dirigir, qué duda cabe, pero confunde los términos y piensa que la yuxtaposición de diversos episodios dramáticos que luego han de ir enlazándose a través de azares forzados y sincronías inverosímiles es capaz por sí sola de generar una tensión narrativa para hacer avanzar la historia hacia las auténticas profundidades del sentimiento. No es así. La tensión dramática hay que ganársela a pulso, el que precisamente le falta al realizador de esta cinta colmada de aspiraciones de profundidad y repleta de tic demasiado utilizados en cintas que beben de la fuente inagotable (pero sin innovar en absoluto) de las “Vidas cruzadas” de Robert Altman. CRASH colisiona de frente contra sus pretensiones de revelación y análisis. Ni revela ni mucho menos analiza. Pero tampoco conmueve al tratar de lanzar cargas de profundidad sobre una realidad cargada de corrupción y prejuicios. Tan sólo describe unas situaciones que le sirven de pretexto para conectar situaciones en la que enmarcar unos personajes que, a excepción de un enorme Matt Dillon (justa nominación la de éste competente actor), no alcanzan a mostrarnos en ningún momento los repliegues más recónditos y oscuros de sus espíritus enfermos.
No es de justicia considerar a esta película la ganadora de unos premios con tanta resonancia mediática cuando entre las competidoras contábamos con:
1) BROKEBACK MOUNTAIN de Ang Lee: una historia dura y emotiva, sin caer jamás en lo sensiblero o la trampa emocional, que nos habla del auténtico sentido subversivo del amor cuando este poderoso sentimiento ha de enfrentarse a todo un sistema normativo asentado sobre un concepto intolerante y restrictivo de las relaciones humanas. Una lección de sensibilidad, de arte, de auténtico respeto por unos personajes machacados por la imposibilidad de alcanzar un aceptable grado de realización personal a lo largo de sus quebradas existencias. Y una interpretación para la historia a cargo del joven Heath Ledger. Una deslumbrante maravilla y toda una lección cinematográfica de una hondura emocional, sobriedad expresiva y envergadura lírica que carecía por completo de parangón con las demás candidatas al triunfo final.
2) MUNICH de Steven Spielberg: el mejor trabajo del realizador sin lugar a ninguna duda. Es un filme denso, complejo, sombrío, valiente, sin concesiones a finales felices o las típicas amortiguaciones del dolor tan propias de este genial cineasta. Spielberg asume riesgos proponiendo una estructura narrativa en espiral y de profundidad creciente, pasando en su desarrollo por episodios (planificación del atentado-ejecución-introspección y consecuencias en los personajes) que ahonda progresivamente en la destrucción anímica de un personaje (¿cómo es posible no haber nominado a un grandioso Eric Bana?) de vigorosas reminiscencias trágicas. Todo un periplo político y existencial para la que sin duda constituye una agria y desencantada reflexión sobre la violencia, el poder y sus perversos mecanismos de retroalimentación global. El asesino es sometido así a un proceso implacable de destrucción moral y la violencia es presentada sencillamente como lo que es: una espiral creciente de horror en el escabroso sendero de la barbarie y la muerte.
Una obra crítica y extraordinaria.
3) BUENAS NOCHES, Y BUENA SUERTE de George Clooney: película política, de personajes sólidos y poco desarrollo interior pero con una ambientación excelente capaz de lograr una atmósfera propicia para relatar un episodio de resistencia frente a un poder omnímodo y ultrajante como el ejercido en su momento por el senador McCarthy. Clooney ofrece una planificación perfecta, con mucho humo e innumerables sombras que parecen cercar, y hasta manifestar exteriormente, las enormes inquietudes de unos personajes que deciden combatir por la legítima causa de la libertad de conciencia y de opinión. Lo más destacable, sin embargo, no es la narración precisa y elegante de la batalla librada sino sobre todo el aviso premonitorio, luego perfectamente cumplido, que Edward R. Murrow (un grandísimo David Strathairn) lanza a su autocomplacida audiencia sobre los peligros venideros de la neotelevisión, en conexión directa con lo narrado por filmes tan notables como “Network” de Sidney Lumet. Políticamente incorrecta y absolutamente recomendable, además de ofrecernos plano tras plano, secuencia tras secuencia, la forja de un interesantísimo realizador.
4) CAPOTE de Bennett Miller: Si ya “A sangre fría” de Richard Brooks, la indiscutible obra maestra basada con fidelidad absoluta en la obra del escritor norteamericano Truman Capote, resultaba ser para el espectador una experiencia oscura y fascinante como pocas se han dado en el marco de la pantalla mágica, podríamos asegurar que esta revisitación de la construcción de la obra original de Capote a partir de los sangrientos hechos acaecidos en el asesinato de la familia Clutter no resulta menos fascinante en cuanto a la profunda y complejísima indagación psicológica que ofrece sobre la relación de “enganche perverso” entre el escritor y uno de los acusados, Perry Smith, finalmente ejecutado en la horca el 14 de abril de 1965 a la edad de 36 años.
Capote se abre al espectador como un ser marcado por un pasado que le aproxima peligrosamente a las vivencias experimentadas por Perry, pero fundamentalmente como un hombre profundamente contradictorio, construido a base de máscaras defensivas y cuya alma vemos poco a poco, de forma pausada, terrible e inexorable, desnudarse ante nuestros atónitos ojos para regalarnos un retrato duro, conciso, afilado y dolorosamente triste de un espíritu superdotado que se convierte de forma inevitable en indefensa víctima de sus propios conflictos al no tener más remedio que manipular y agredir para lograr el objetivo más importante de su vida y que le hará, como así ha sido, pasar a la posteridad de las letras universales. Sin fisuras, emocionante, inteligente, fascinante.
5) SYRIANA de Stephen Gahan: no estaba nominada a mejor película (debería haberlo estado sin duda alguna), pero nos sirve de contraposición interesante a lo que supone una forma adecuada e inteligente de comprender el desarrollo de una película coral. Gahan (guionista de “Traffic” y recién estrenado como director al igual que Haggis, que fue guionista de la memorable “Million dollar baby”) plantea su densa y alambicada película como un rompecabezas analítico donde cada pieza es observada con intención entomológica (a distancia, sin emisión de juicios morales y apenas esbozos psicologicistas de los personajes) y finalmente ubicada en su sitio preciso al cobrar significado dentro de una estructura global de sentido mostrada al final de la implacable historia narrada. Densa, enorme, hipercrítica sin caer en el panfleto fácil o en la denuncia propagandística, Syriana es un filme que genera en el espectador una angustia creciente y poderosa al remitirle continuamente a un universo, el suyo, manipulado por fuerzas económicas e intereses globales que escapan más allá del control de cualquier gobierno considerado democrático, precisamente porque actúan a la sombra de instituciones podridas cuyo último mecanismo de movimiento es la perpetuación del privilegio y el poder. Y esto desde cualquier punto de vista puesto que el supuesto signo del gobierno de turno es sólo un mero pretexto para colocar el acento de la mentira en unos u otros aspectos de la escena. Si esto fuera poco, asistimos además a una interpretación intensa y oscura de un irreconocible George Clooney.
Pues bien, frente a todas las bondades resaltadas de estas cuatro magníficas creaciones fílmicas, ¿cómo explicar el conservadurismo y la mojigatería de una industria que ha preferido premiar a una cinta que aparentemente denuncia la discriminación racial presente en todos los estratos sociales de USA (¿por qué se empeñan en seguir diciendo “esto es América”?), y que para colmo sólo ofrece un discurso suave y apaciguador de conciencias haciendo finalmente recaer la culpabilidad del fenómeno en ciertas conductas de carácter estrictamente individual? Pero eso no sería lo más grave si no fuera porque cinematográficamente hablando la cinta, con tan sólo dos momentos realmente buenos a cargo de un soberbio Matt Dillon, peca de pretenciosa y cierra un simplista círculo metafórico en clave de video clip estelar. Vuelvo a repetirlo: encadenar sucesos no equivale a dotar automáticamente al conjunto de la necesaria congruencia rítmica y dramática. Haggis tiene talento, pero le falta aprender esta lección. Flaco favor le han hecho otorgándole este excesivo premio ya que podemos temer a partir de ello lo peor: que corrobore el yerro cometido y vuelva a perpetrar el mismo desaguisado en el futuro. Es inteligente y seguro que sabrá sacar las consecuencias precisas de todo lo sucedido. Nosotros ya lo hemos hecho y le recomendamos que vea detenidamente una obra mayúscula de la que podrá obtener lecciones impagables sobre lo señalado anteriormente: “Magnolia” de Paul Thomas Anderson. Este autor prodigioso sí logra integrar todas las piezas de su complejo puzzle en una estructura armónica mediante el uso perfectamente medido de la función dramática de las partes. Pero “Magnolia” sí colisionaba contra ciertas lamentables inercias que cada cierto tiempo, cual oscuros nubarrones, presagian una tormenta de desaciertos. Como el de este año.
Me gustaría que a partir de estas reflexiones os animaseis a escribir sobre todas las películas nominadas y dierais vuestra opinión sincera sobre el decepcionante resultado final.