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Alice (hermosísima Nicole Kidman) es una mujer felizmente casada con el doctor William (guapo y atildado Tom Cruise) que en un momento de sinceridad desafiante confiesa a su pareja el deseo con que hace muchos años fantaseó a partir de una mirada cruzada con un desconocido. En ese instante y durante toda aquella noche se vio asaltada por un erotismo exacerbado capaz de cuestionar a nivel de su propio deseo toda la estabilidad representada por su vida familiar. Lo que verdaderamente le está transmitiendo a un perplejo Cruise es que existen parcelas pertenecientes a su deseo más íntimo que él no puede de ninguna manera imaginar, así que mucho menos colmar. Es decir, abre para su marido el abismo que supone el cuestionamiento de su propia identidad como hombre capaz de satisfacer por completo el deseo de una Mujer. Digamos que la Kidman le lanza este espeluznante interrogante a su esposo: ¿crees en serio que el deseo puede satisfacerse completamente y sin fisuras dentro de la realidad que tomamos por única y definitiva? A partir de ese momento el doctor William emprende un sombrío descenso a los infiernos de sus auténticos temores, que son los mismos deseos que en la caldera de su inconsciente pugnan por salir y expresarse. Con la hipótesis de que sí, en efecto, el deseo es susceptible de colmarse de un modo pleno y total se adentra casi como por casualidad en un mundo de perversión donde el erotismo hedonista deja paso cada vez más a un más allá del principio del placer, es decir, el ominoso territorio de la pulsión de muerte operando a través de una repetición obsesiva que finalizará en la comisión de un supuesto asesinato. La maestría de Kubrick en este punto es fantástica pues reviste el último trayecto existencial de los personajes con los ropajes de una investigación criminal que desemboca en ambos casos en la misma renuncia autoconsciente al conocimiento total del fenómeno. Las máscaras desaparecen entonces y la hórrida angustia experimentada por los dos cónyuges al explicitar unos deseos desconocidos por ellos mismos hasta ese instante (el sueño de monstruosa promiscuidad de Kidman o el voyeurismo perverso de Cruise) concluye en la aceptación dolorosa de una realidad inconsciente, imaginaria, fantasmática, pero al fin y al cabo real y determinante para las acciones de ambos y, sobre todo, con la decisión de mantener a raya ese mundo oscuro que de expresarse abiertamente les llevaría inexorablemente hacia la destrucción de su matrimonio y hasta de sí mismos. Por eso la realidad de la vigilia no es todo lo real y asimismo la realidad también se haya en el mismo núcleo del sueño. La coda no puede ser más apropiada: a partir de ahora será obligado cerrar los ojos de par en par. Cine tenso, profundo, enigmático y vibrante bajo un formalismo frío de obsesiva perfección. La esencia de Kubrick destilada en sabiduría incuestionable. Excelsa.
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