Un hombre grave y apersonado se encarga de llamar al orden cuando saltan los flashes en la cámara que encierra una representación de la belleza en estado puro. ¿Qué nos sucede? Tratamos de situarnos justo en el punto donde habíamos interrumpido nuestra narración, un recuerdo construido desde la memoria, la palabra y la imaginación que nos había conducido hacia la Iglesia de Santa Croce en la ciudad de Florencia. Pero ahora, cuando nos disponemos a sumergirnos una vez más en la reconstrucción de los acontecimientos nos sentimos súbitamente asaltados por una sensación extraña. Un sonido lejano de trompetas y atabales parece llegarnos desde la otra orilla del pensamiento como si se empeñase desde la distancia de la memoria en anunciarnos un suceso inesperado. ¿Un fanal de la emoción oculto bajo el manto neblinoso de las ideas? ¿Una sombra monitoria para una sublime experiencia de por sí indescriptible?
Es al escritor francés Henri Beyle (1783-1842) a quien debemos el misterioso hallazgo al haber descrito en su diario “Roma, Florencia y Nápoles” una extraña crisis nerviosa que le sobrevino súbitamente al entrar en contacto directo y prolongado con la belleza circundante. En efecto: el Síndrome de Stendhal. Según la curiosa sindrómica particular, se produciría un estado de conmoción interna, casi de éxtasis, acompañado de sintomatología fisiológica similar a una crisis de angustia cuando son contempladas durante un cierto tiempo determinadas obras de arte. El organismo ve vería entonces asaltado por una especie de euforia extrema seguida de depresión, desorientación espacio-temporal y alucinaciones viso-auditivas en casos extremos. Tampoco serían descartables en algunas víctimas la manifestación de explosiones de llanto e incluso mareos. La cosa parece tan comprobada que el dichoso síndrome también afectó al jurista y filósofo alemán Anselm Feuerbach en el año 1856 durante la visita a la galería de los Uffizi y el Palacio Pitti, y al gran poeta Rainer Maria Rilke en 1898. Para completar la inexistente reseña epidemiológica hemos de deciros que entre los años 1978 y 1986 se registraron 107 casos. ¿Más incidencia en algún caso particular? En efecto, los pacientes más habituales suelen ser hombres solteros de mediana edad que por añadidura viajan solos, y cosa muy llamativa es que no se haya registrado jamás el caso de habitante italiano aquejado del mal. ¿Alguna conclusión al respecto?
En nuestro viaje claro que nos vimos sumergidos de repente en un universo arquitectónico y artístico capaz de dejar por sí solo sin aliento al más insensible de las criaturas humanas. Pero el proceso seguramente tenga necesariamente que relacionarse con el tema de las expectativas confirmadas o violentadas a que cada cual se ve expuesto en un viaje de estas características. Porque el trayecto, no lo olvidemos, conlleva la auténtica finalidad más allá de cualquier objetivo final, es decir, que la deposita en su realización y siempre hacia el interior de uno mismo. El asistir de repente a un mundo de belleza incomparable, para el cual carecemos de hecho de unidades lógicas de medida, inconmensurable pues, nos ha de forzar sin remedio al descubrimiento de zonas de nosotros mismos que hasta ese momento permanecían adormecidas, latentes, en la sombra de una inconsciencia no percibida realmente por nuestro ser. Pero la Belleza nos confronta cara a cara con esos territorios de cuyos blandos surcos pueden surgir fantasmas y representaciones que linden con lo mítico y vengan cargadas de unos afectos tan poderosos como incontrolables. ¿Tal vez el viajero masculino que llega afectado de soltería o falta de compromiso estable sea un poco más consciente si cabe de la enorme distancia que separa lo ideal de lo real dentro de su propia existencia y no tenga a mano para mitigar la angustia naciente los lazos amortiguadores del amor o la compañía sincera? ¿O quizá la mujer, al ser mucho más sensible que el macho supuestamente controlado(r), ya ha tenido experiencias previas similares en contacto el proceloso mar de la emoción pura y sabe como lidiar mejor con todos esos afectos subterráneos que sobrevienen como un airado huracán en medio de la noche?
Nada podemos concluir de modo definitivo. Sólo observarnos ahora desde la distancia ficticia del tiempo dentro del museo de Santa Croce contemplando el fresco de Taddeo Gaddi (hacia 1300-1366) dedicado a “La Última Cena”, que se trata por cierto de la primera representación monumental realizada en Florencia sobre este tema. Nuestro pensamiento se dispara automáticamente, lanzado por el resorte de la imaginación, y enlaza automáticamente con la última, quiero decir con la última representación florentina de la Última, el fresco pintado por Andrea del Sarto y que se encuentra en el viejo refectorio del antiguo convento de la orden de Vallombrosa acondicionado ahora como museo del pintor. En este último fresco (que no vemos) la influencia del fresco de Leonardo en el refectorio de Santa María delle Grazie, en Milán, es perfectamente visible (que sí soñamos). Nuestro vaivén relacional nos hace conectar ahora dos obras unidas por la catástrofe provocada por desbordamientos del río Arno. En el año 1966 quedó seriamente dañado el gran crucifijo de Cimabue, maestro del fundamental Giotto, ambos autores también presentes en la Sala de la pintura Toscana del siglo XIII dentro de la Galería de los Uffizi, mientras que en el año 1333 el puente construido en 1294, el puente Vecchio, fue totalmente destrozado por la furia de las aguas, para volver a ser reconstruido doce años más tarde. Una nueva conexión nos llega desde el Palacio Pitti, antaño residencia de los duques de Médici y Lorena, cuyo patio interior diseñado por Bartolomeo Ammannati es un ejemplo muy representativo de arquitectura manierista florentina. Aquí, dentro de los Uffizi, hemos nosotros de emular el gesto e intentar la conexión mental entre dos obras maestras supremas: “El concierto” de Tiziano y “Las tres edades de la vida” de Giorgione (autor de esa increíble síntesis lírica, luminosa y colorista entre hombre y naturaleza llamada “Tempestad”). Lo que sucede, lo que nos sucede mientras nos baldeamos como la cámara de Alexander Sokurov dentro de “El Arca Rusa”, es que nuestro desconcierto interior se incrementa al pensar que tal vez “El concierto” pudiera ser una colaboración entre ambos artistas aunque de recibo es conceder que los estudios más autorizados quieren ver en la obra un trabajo de la primera etapa creativa de Tiziano, el autor que muy pronto llegará a convertirse en el maestro veneciano indiscutible del color (“Ascensión”). No los hemos visto en realidad, los hemos imaginado, pero a nosotros nos convence mucho más la intervención de Giorgione y su conexión con las tres edades del hombre: el clavecinista que gira la cabeza y establece una intensa comunicación visual y mental con el personaje de mayor edad tiene unos rasgos faciales muy similares a éste último. Y viceversa, en el cuadro de las edades de Giorgione la exégesis que querría ver en la figura de menor edad a un joven Marco Aurelio aleccionado por dos maestros filósofos es plausible si atendemos a los gestos y posturas de los protagonistas.
La última conexión se establece en nuestro espíritu, sólo allí, entre dos obras magníficas sobre las desastrosa fatalidad de la guerra, de cualquier guerra habida o por haber. En “Las consecuencias de la guerra” de Pedro Pablo Rubens Venus trata de detener en vano al poderoso Marte, el dios de la guerra, mientras que a sus espaldas las puertas del templo de Juno permanecen abiertas, señal inequívoca de que la Furia Alecto, el Hambre y la Peste van a arrasarlo todo. La escena simbólica es sobrecogedora, al igual que otra obra maestra como sin duda lo es “El Guernica” de Pablo Picasso expuesto en el Reina Sofía de Madrid. La conexión para retornar a nuestro lugar de origen se ha establecido de un modo misterioso a través de un enigmático sentido de lo terrible. ¿Por qué no desfallecer embriagado por la ensoñación de un viaje que parece no tener fin? ¿Por qué no caer desarmado frente al desvarío que nos provoca la visión de un imposible que llama a las puertas de nuestro débil templo de meditada racionalidad? El Arte puede llegar a conmover hasta el mismo nivel de la Vida Naciente. ¿Por qué no proseguir con nuestro arqueológico viaje un día más...?