El recorrido propuesto en la exposición quiere poner de manifiesto la constante búsqueda y experimentación de Rembrandt en el campo del grabado, mostrando en muchos casos todo el proceso de creación de una imagen a través de las pruebas que el artista iba estampando para comprobar el estado de su trabajo sobre la plancha. Un ejemplo muy claro es la estampa con el retrato de Saskia, la mujer del artista, llamada La gran novia judía. En los primeros estados sólo está grabada la parte superior de la imagen en la que destaca el rostro de la joven, cuidadosamente modelado y rodeado por una cabellera sedosa y abundante. Su sombra se refleja en la pared del fondo. En el 5º y último estado, la imagen es mucho más solemne. Las magníficas vestiduras están grabadas con todo cuidado para diferenciar la camisa de fina tela de la capa de piel y el vestido de muaré.
Rembrandt –sin duda uno de los grabadores más grandes de todos los tiempos– dibujaba directamente sobre el barniz que cubría las planchas con una punta de grabar, a menudo sin boceto previo y, una vez que con la mordida del aguafuerte había conseguido crear la imagen, la retocaba y completaba con la punta seca y el buril. También estampaba pruebas con tintas y papeles diferentes, hasta lograr asombrosos efectos lumínicos, espaciales y compositivos y, de esta manera, profundizar en su significado simbólico.
Rembrandt es uno de los artistas que más se autorretrató. Se conservan más de 40 pinturas, 30 estampas y varios dibujos de este tema. En los comienzos de su actividad como grabador, Rembrandt no sólo utiliza su rostro como modelo para sus estudios de expresión y de iluminación, sino también los de las personas más próximas y que mejor conocía, sus padres.
Los numerosos retratos que les hizo transmiten todo el amor y el respeto que debía sentir por ellos. Los ancianos son excelentes modelos no sólo por su quietud al posar sino por su vida interior, por la paz que irradian, que el joven artista supo plasmar en estas pequeñas estampas y en otras parecidas de ancianos. Le sirven además para experimentar con la luz, con los trazos para representar diferentes texturas y son el comienzo del camino hacia esa manera totalmente personal y humana de Rembrandt de entender el arte.
La muerte de su mujer trae consigo un quiebro fundamental en su vida, que se reflejará también en su arte. A través de esta serie de estampas se aprecia, no sólo su continua búsqueda de nuevos recursos expresivos utilizando las distintas técnicas del grabado, sino también el cambio profundo que sufre la concepción de su propia imagen.
El tema de El artista y su modelo es muy frecuente en el siglo XVII, lo raro de esta estampa es el contraste entre el fondo muy terminado en el que los objetos brillan tenuemente con el reflejo de la luz del primer plano y éste, en el que las figuras sólo están abocetadas como si se tratara de un dibujo a lápiz. Se sigue discutiendo acerca de la razón de que la plancha quedara aparentemente inconclusa. Probablemente, como el propio Rembrandt decía “una obra está terminada cuando el artista ha dicho lo que tenía que decir”.
Rembrandt grabó más de ochenta estampas relacionadas con la Biblia y los Evangelios apócrifos. Los temas iconográficos más conocidos y repetidos son los que suponen un reto para los grandes artistas pues les incitan a hacer algo diferente y personal que los distinga de los demás creadores. Las escenas con muchos personajes le permitían, por una parte, imaginar composiciones originales y complicadas, por otra, experimentar con la luz, uno de los mayores intereses del momento.
Las escenas bíblicas, además, unas por su dramatismo, otras por su ternura, permiten a Rembrandt demostrar su capacidad fuera de lo común para expresar y transmitir a través del grabado, la intensidad y variedad de los sentimientos que son capaces de experimentar los seres humanos.
Las extraordinarias pruebas de estado que conserva la Bibliothèque nationale de France de Jesús presentado ante el pueblo y de Las tres cruces muestran la libertad de Rembrandt al trabajar las planchas, retocándolas y transformándolas sin cesar para que la imagen alcanzara un dramatismo cada vez mayor. En el primer caso llega a borrar todos los personajes que contemplaban la escena desde abajo sustituyéndolos por un muro perforado por dos enormes orificios que se hunden en la tierra. En las sucesivas pruebas de estado va retocando las figuras principales, sobre todo la de Jesús, que va adquiriendo cada vez más corporeidad.
Las tres cruces es una de las estampas más dramáticas de la historia del grabado, en la que los contrastes lumínicos juegan un papel fundamental. Hizo dos versiones de la imagen; en la primera , un poderoso chorro de luz procedente de lo alto baña la zona central, destacando el sufrimiento de los crucificados, sus familiares y el centurión arrepentido. Las profundas sombras que la flanquean dejan en el centro, en primer término, un pasillo de luz incitando al espectador a introducirse en la escena. Rembrandt estampó la plancha sobre distintos tipos de papel: china, japonés, europeo e, incluso, sobre pergamino y, jugando con el entintado de la plancha, consigue pruebas de una asombrosa belleza. En el cuarto estado, modificó completamente la plancha borrando unas zonas con el rascador y el bruñidor, transformando los personajes que conserva y cubriendo casi por completo la imagen con poderosos trazos hechos con buril y punta seca que, al retener mucha tinta, inundan todo de sombra. Rembrandt ha logrado representar con una sola plancha la secuencia de la muerte de Cristo.
Los veintiseis paisajes grabados de Rembrandt, muy diferentes de sus pinturas del mismo género, tienden esencialmente a sugerir impresiones, a plasmar instantes: la serenidad, los efectos atmosféricos, el frío, el silencio. Hay en ellos una percepción directa del entorno y del lugar que corresponde al hombre en la naturaleza, una espontaneidad de ejecución, una claridad de estructura y un sentido de la luz y del espacio que hacen que, dentro de su aparente simplicidad, trasciendan de la realidad hasta alcanzar una auténtica dimensión metafísica.
Los tres árboles , el paisaje más famoso de Rembrandt, sugiere el anuncio de un cambio atmosférico, la llegada de una tormenta que ya ha descargado sobre la ciudad y que se acerca a los árboles, todavía inundados de luz. El cielo, lleno de matices en unas zonas y violentos contrastes en otras, la plácida llanura al fondo y los tres árboles en primer término, a contraluz, forman una unidad perfecta que plasma, por primera vez en la historia del grabado, un instante en el que se está produciendo un cambio en la naturaleza ligado a una alteración atmosférica.
Las escenas de caza son frecuentes en la pintura italiana, alemana y de los Países Bajos desde el siglo XVI. Rubens creó verdaderas obras maestras de este género, que en un principio se creyó que habían sido la fuente de inspiración de Rembrandt para estas estampas. Fue Hind quien las relacionó con las estampas del italiano Antonio Tempesta, de quien Rembrandt tenía en su colección cuatro álbumes. Los grabados del holandés son una muestra perfecta del mejor arte barroco, lleno de ímpetu, dinamismo y fuerza, y un extraordinario dominio del dibujo sobre la plancha, apreciables en la agilidad y espontaneidad de los trazos de obras como La gran caza del león .
En los desnudos femeninos de Rembrandt no hay ni estilización ni idealización. Su maestra es la naturaleza y él la representa de la manera más directa. A veces disfraza sus desnudos de mujeres de diosas paganas como la Diana en el Baño o de personajes bíblicos como la mujer de Putifar, pero todas son copias de modelos de una inmediatez y un realismo que chocaron con los gustos de su época, aunque no difieren de los que estaban pintando otros artistas holandeses y flamencos de su época, como Rubens o Jordaens. La diferencia reside en que los rostros y los cuerpos de sus mujeres están impregnados de una lasitud y melancolía que atraen nuestra simpatía y comprensión
Rembrandt no sólo fue uno de los mejores pintores de retratos del siglo XVII europeo, sino que también grabó algunos de los mejores retratos de todos los tiempos. Como complemento de los veinte que forman el primer apartado de la exposición en los que se representó a sí mismo y a su familia, los nueve seleccionados para finalizarla muestran personajes muy diferentes por su carácter, profesión y por la relación que mantuvieron con el artista, lo que permite admirar la gran capacidad de penetración psicológica de Rembrandt, su manera de acercarse a cada uno de ellos, de analizarlos y representar la esencia de su personalidad, situándolos en el contexto más adecuado para resaltarla.
Por otra parte, se han elegido estas estampas porque muestran la gran variedad de recursos técnicos que Rembrandt utilizaba en su continua búsqueda de nuevos efectos plásticos para ponerlos al servicio de la mayor expresividad de la imagen, dentro siempre de una sobriedad muy lejana en la mayoría de los casos del barroquismo efectista imperante en el resto de Europa y acorde con la mentalidad y las costumbres de una burguesía próspera pero contraria a la exhibición de su riqueza, que seguía las directrices de doctrina protestante.
La comparación entre los retratos de tres predicadores, Johannes Uytenbogaert, Cornelis Claesz Anslo y Jan Cornelisz Sylvius es muy interesante pues Rembrandt ha sabido captar de una manera magistral tres personalidades totalmente distintas adecuando la composición, la ambientación y la realización del grabado a cada uno de ellos. Uytenbogaert y Anslo son dos hombres seguros de sí mismos, convencidos de estar en posesión de la verdad y del poder de ésta que emana de los textos Sagrados. El retrato póstumo de Sylvius representa, por el contrario, a un personaje frágil y bondadoso que no trata de imponer su fe, sino de convencer y cuya sombra se proyecta fuera del marco ficticio que le rodea en su intento de traspasar la barrera del tiempo y el espacio para acercarse a quien contemple la estampa.
El Retrato de Jan Six es una obra maestra de la historia del grabado, un alarde de técnica y de sensibilidad que demuestra un profundo conocimiento de la personalidad del retratado. La plancha está cubierta por completo de miles de finísimos trazos apenas visibles que logran crear una imagen casi mágica en la que, a través del negro predominante, se transparentan las formas de los objetos.
La estampa conocida habitualmente como El doctor Fausto no es un retrato sino la representación de un prototipo o, más bien, la simbiosis de las imágenes acuñadas por la iconografía a lo largo de los siglos de un sabio y de un santo sorprendidos por una aparición sobrenatural. Es una de las estampas más enigmáticas de Rembrandt, cuyo último significado sigue sin ser desvelado.
fuente: http://www.bne.es/esp/ExpoRembrandt/1-informacion.htm
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