Los Dulces son para el Verano
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Los Dulces son para el Verano

Una semana más, la última antes de comenzar nuestro bien merecido descanso estival a modo de repetición de los momentos considerados más significativos a lo largo y ancho de un nuevo ciclo cultureta.

14 jun 2005

   Una semana más, la última antes de comenzar nuestro bien merecido descanso estival a modo de repetición de los momentos considerados más significativos a lo largo y ancho de un nuevo ciclo cultureta. El tiempo en realidad "se da", como muy bien señalaba el polémico Martin Heidegger, y en ese darse a través de una temporalidad como "ente" también trataba de ocultar una substancia situada más allá de cualquier significante posible o, mejor dicho, capaz de retornar desde su nada vehiculizada en cualquier significante posible. Sin querer entrar en disquisiciones excesivamente oscuras, y tras haber escuchado el testimonio impagable de ciertas personas relacionadas con el legendario autor de "La Regenta" al haber podido disfrutar íntegramente a su lado de la serie homónima que para la televisión adaptó magistralmente Fernando Méndez-Leite, recuerdo algunas palabras que el gran escritor y crítico inventor de la mítica Vetusta dejó plasmadas sobre el pronto advenimiento de la Muerte, como un apuntar progresivo y selectivo hacia el centro mismo del Ser. Y se me ocurre pensar entonces que el excesivo, vehemente y genial Leopoldo Alas "Clarín" tal vez hubiera dado sin ser consciente de semejante asunto un velado cumplimiento a esa regla geométrica según la cual la composición de dos perspectividades no arrojaría en general como resultado otra perspectividad. Su percepción acerca de su tiempo y de su realidad social le permitieron hacer buena esta ley y percatarse de la muerte oculta que se le aproximaba en un singular efecto anamórfico, algo así como si de pronto un espectador atento hubiera ejecutado un desplazamiento no previsto frente al lienzo de Hans Holbein el Joven ("Los embajadores") y contemplado con creciente horror la escondida amenaza de su propio fin en la calavera no distinguible a simple vista. ¿Fue este por ventura el descubrimiento del gran escritor y el hallazgo perplejo de su particular ser-para-la-muerte? ¿Quiso en algún sentido escenificar el terror ante la premonición de la propia e inevitable extinción en un gesto de valiente apertura a la decisión incomprensible e imposible de permanecer? El que fuera fustigador implacable de los poderes terrenales más corruptos del cielo y azotador infatigable de esa clase podrida de supuestos intelectuales turiferarios que se blasonan, pobres diablos, de su propia, autocomplaciente y autista ignorancia, ese hombre controvertido, irascible y valiente nos regaló una novela inolvidable que bien merece contar entre las más ilustres e importantes de toda la literatura universal. Tras la finalización un año más de la no por más famosa menos estupenda Feria del Libro de Madrid, perfectamente ubicada en el excelso paraje de El Retiro madrileño, y que me ha proporcionado además de una excelente compañía la ocasión de adquirir la obra de mi adorado Stephan Zweig ("Castellio contra Calvino") que ya atesoro como nueva joya escrita de incomparable deleite, siento que ha llegado por fin la hora de despedirme y agradeceros vuestra infinita paciencia a la hora de mantener vuestra indudable fidelidad para con este pequeño reducto de alientos, críticas, anhelos e inquietudes que no es otro que vuestro más querido y adorado Rincón inmerso en la densa tela de araña virtual cuya sedosa niebla informática ya nos envuelve a todos y a todas de una forma peligrosamente global. Ello no será óbice para que a nuestro renovado regreso el Rincón os regale una sorpresa que habrá de nutrirse de lo que espero se constituya en una experiencia espiritual y estética realmente memorable. Sigamos el designio de los dioses, quebrantemos la metafísica salvadora de la Historia a través de Aristóteles pero no olvidemos el poderoso impulso tranquilizador y salvífico que cierta mitología bien asimilada y de raigambre platónica puede ejercer en nuestros atribulados y acelerados espíritus de transición. ¿Hacia qué? ¿Hacia dónde? Sólo el Amor Verdadero importa. Así sea. PUSH IT SWEET SUMMER:

Fruit Chan: Dumplings [de la trilogía "Three Extremes" (2004).] Que el cine asiático en estos precisos momentos está un paso más allá de todo lo que Occidente pueda llegar a imaginar no es sólo una suposición basada en ilustres ejemplos como los representados por Kim Ki-duk, Wong Kar-wai o el ya más que consagrado Zhang Yimou, sino que se ha convertido de hecho en una realidad contrastable y perfectamente palpable de la mano de unos cineastas capaces de integrar admirablemente la originalidad irreverente de unas historias muy políticamente incorrectas con una sublime experimentación formal, proporcionando como resultado unas películas-obras a modo de esculturas fílmicas nacidas, extraídas, de la batalla entablada entra la materia invisible de las emociones extremas y el vacío de un insondable misterio presente en todas y cada una de las mismas. Este es uno de los casos que nos ocupa. De la trilogía denominada "Three Extremes" compuesta por tres entregas a cargo de los renovadores e influyentes Park Chan Wook (ya hemos recomendado aquí su estupenda y demoledora "Old Boy"), Takashi Miike (la sesión de tortura de "Audition" merece figurar en los anales de la crueldad más intolerable) y Fruit Chan, nos quedamos en esta ocasión con la producción de éste último por constituir a nuestro juicio una obra tremenda e inclasificable, irritante y absorbente en igual medida hasta llegar poco a poco a convertirse, tras el angustioso y claustrofóbico recuerdo que deposita en la memoria, en una sensación de pegajosa náusea al habernos proporcionado, como espectadores atrapados en nuestra putrefacta perversidad de voyeurs incorregibles, el "alimento" prohibido para nuestros fantasmas de angustia más recónditos y terroríficos, entre ellos y especialmente destacado por el filme, las fijaciones libidinosas de carácter oral-canibalístico. Fantasmas que, por otro lado, se dejan traslucir también de continuo en el lenguaje que recíprocamente suelen dirigirse los amantes, tal y como señala en un momento de la película quien constituye sin duda un personaje femenino tan pérfido y oscuro como lúcido y sombríamente atractivo, la Tía Mei, una mujer manipuladora, amoral, perversa, repulsiva, simuladora, directa y pragmática hasta la asfixia total de cualquier atisbo de dulzura o compasión por el género humano particularizado en la superficie indescifrable de los sexos. La obra de Chan enlaza con enorme maestría y escabroso sentido de la tragedia dos transgresiones a lo que sin ambages conforma nuestra estructura básica de prohibiciones o tabúes que posibilita el asentamiento de un universo simbólico y cultura: por un lado la transgresión de la ley de Prohibición del Incesto, pilar básico asentado en posiciones de acceso sexual imposible, y por otro la alimentación caníbal como forma de regeneración vital, despojado aquí este último y brutal acto de todas sus implicaciones más animistas y centrado casi con exclusividad en una potencia rejuvenecedora de la Carne. Fruit Chan sabe imprimir desde el principio el ritmo narrativo que la truculenta historia demanda, despertando progresivamente nuestra curiosidad hacia un territorio que pronto adivinamos está habitado por la náusea y el horror más indescriptible, haciendo un uso notable de elementos musicales para signar determinados momentos álgidos en el sacrilegio más absoluto, construyendo así como notable resultado una fábula implacable sobre la condenación humana a través de la disección pormenorizada y sangrienta de las bajezas más abyectas que contaminan los deseos siempre demasiado humanos de poder e inmortalidad, y que sin escrúpulos suelen crecer y alimentarse sin proporción ni medida desde la indefensión afectiva que nos otorga el privilegio de haber sido arrojados brutalmente a una existencia que desgraciadamente carece de soluciones definitivas al gélido enigma de la Muerte. Y lo dicho hasta aquí no os revelará el indigno y terrible secreto que articula todo el filme convirtiendo su visionado en una experiencia mezcla de magnética repugnancia y dolor de estómago al borde del vómito. Buena.


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