Las seis caras del Destino
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Las seis caras del Destino

Una semana más que no es una más pues marca la última antes del comienzo de nuestra querida y particular Semana Santa. Por eso el rincón se tomará un merecido descanso durante esos días que han de servir para reflexionar y meditar sobre la real incidencia del auténtico cristianismo en nuestros acelerados y turbulentos días.

16 mar 2005

   Una semana más que no es una más pues marca la última antes del comienzo de nuestra querida y particular Semana Santa. Por eso el rincón se tomará un merecido descanso durante esos días que han de servir para reflexionar y meditar sobre la real incidencia del auténtico cristianismo en nuestros acelerados y turbulentos días. A la espera del viaje interior, mi amada y yo nos dirigimos hacia el irresistible ofrecimiento cultureta que la Fundación Telefónica viene realizando con gran acierto y esmero en la capital española. En esta ocasión el absoluto protagonista resulta ser "El Cubismo y sus entornos". Ambos somos presa de una excitación estética muy particular. Asistimos con gran deleite y admiración a las precisas explicaciones de la experta que nos señala algunos puntos sobre los que es preciso prestar atención si se desea adivinar algunos de los procedimientos más utilizados por los cubistas. La muestra se centra en gran parte sobre el llamado "cubismo de salón" pero sin olvidar otras importantes etapas del movimiento vanguardista y utilizando siempre, eso sí, la figura del magistral Juan Gris como hilo conductor de todo el recorrido. Comenzamos con "Verres, journal et bouteille de vin (Vasos, periódico y botella de vino)" fechada en 1913. Ahí ya es perceptible, amén del cálculo matemático aplicado en la disposición de todos los elementos utilizados en el collage, esa simultaneidad de puntos de vista que tanto gustaba aplicar a todos los adeptos a este singular movimiento plástico nacido de la genialidad de Pablo Picasso y George Braque. Otro de los cuadros de Gris nos subyuga por el particular desbordamiento cromático que aplica a los dos objetos motivo del mismo, la guitarra y el tablón de una mesa, dividiendo hábilmente la escena del cuadro en dos mitades que mezclan texturas y dejan entrever la luminosidad de un cielo azul penetrando en el interior mismo del instrumento musical. El bodegón para Gris es forma y método de simbolizar su particular relación con el mundo de las ideas y los objetos, proponiendo en algunos momentos de su vida un tributo exultante a las ganas de vivir ("La ventana ante las colinas" de 1923) y convirtiéndose en otros (murió a los 40 años aquejado de graves problemas respiratorios) en la suma y síntesis de una negra desesperación que poco a poco se iba apoderando de su espíritu.

Continuamos mirando perplejos a nuestro alrededor y nos detenemos ante el "Retrato de Alfred Flechtheim", la última representación pictórica de la figura del marchante antes del comienzo de la Primera Gran Guerra (Flechtheim fue reclamado por Alemania), realizado por Louis Marcoussis en 1914. Es muy curioso porque es posible ver la utilización del cuadro cubista dentro del cuadro cubista en un poliedro complejo repleto de referencias a la profesión desempeñada por el protagonista del lienzo. Otra detenida mirada nos hace reparar en el perfecto uso de dos procedimientos que el maestro y teórico del movimiento Jean Metzinger materializa en la construcción de sus naturalezas muertas: una rima pictórica detectable en la repetición armónica de los orificios contenedores de varios objetos, y la fusión de un doble tratamiento formal (clásico y moderno) del mismo relieve, perfil, objeto o parte de objeto seleccionado por el autor. Una auténtica maravilla.

Tras observar con detenimiento las futuristas obras de las autoras rusas Natalia Gontcharova ("La ropa blanca"), capaz de lograr que un puño de camisa se asemeje a un émbolo de un engranaje industrial, y Alexandra Exter ("Bodegón con libros y frutero"), mucho más críptica por cuanto su escritura dentro del cuadro contiene simbología muy personal, finalizamos casi con la tristeza que nos provoca la contemplación del cuadro de la santanderina María Blanchard ("Bodegón cubista"), una creadora tímida y acomplejada, víctima de sus propias inseguridades internas y que realizó su obra más estrictamente cubista (1916-1920) a la sombra de Juan Gris, pero sin lograr desprenderse de la sombra del maestro hasta ser recuperada como autora independiente y de gran valor mucho más adelante. Ella hubiera cambiado todas su obra por un ápice de belleza. Este hecho nos resulta muy llamativo y lo enlazamos rápidamente con la figura de ese rey maltrecho y monstruoso que, desde la otra cara de la moneda representada por la indefensión absoluta convertida en ansia de aniquilamiento del semejante, también quiso huir de su último infierno psicológico apelando a un trueque imposible. La conexión se ha hecho y es posible el corte visionario de varios planos interseccionando realidades que se tocan más allá del espacio o del tiempo. La luz es cegadora, casi insoportable. PUSH IT CUBE:

Al Pacino: looKING for RICHARD. Para un actor americano, por muy profesional y experimentado que sea, enfrentarse directamente con una obra maestra del inmortal William Shakespeare como sin duda lo es la compleja, densa, abigarrada y difícil "Ricardo III" no resulta, como puede suponerse, una tarea nada sencilla. Pues bien, el gran y oscarizado actor de origen italiano Al Pacino decide afrontar el desafío elaborando para ello un excelente "docudrama" donde paralelo al proceso de preparación sobre un texto adaptado y la consiguiente escenificación de la representación de la obra, también enlaza un interesantísimo y jugoso pensamiento acerca de lo que significa leer al dramaturgo desde nuestra perspectiva actual, partiendo de nuestras categorías conceptuales de arte y lenguaje, cuestionando en todo momento qué nos sigue siendo más válido de esa torrencial y maravillosa poética de la palabra y hasta qué punto nos es dado poder descifrar el intrincado caudal de sabiduría sobre el género humano que sus memorables páginas encierran. Al Pacino acierta sin duda al proponer un tipo de lectura que busca deliberadamente la esencia del texto, sin perderse en vericuetos excesivamente retóricos o en una fatigosa cornucopia verbal, y utiliza para lograr tal fin por un lado el concurso inestimable de unos actores en estado de gracia (el propio Al Pacino, Kevin Spacey, Alec Baldwin, Aidan Quinn y Winona Ryder bordan cada uno su complicado papel), tratando todos ellos de meterse de lleno en la piel de unos personajes de retorcido carácter, y por otro, las opiniones obtenidas de otros infatigables luchadores de la arena shakespeareana como el tristemente desaparecido Sir John Gielgud, Kenneth Branagh, Vanessa Redgrave (qué sugerencias plenas de sutileza e inteligencia las que audazmente dedica al valor de las palabras en relación con la Verdad que articulan), James Earl Jones, Kevin Kline o Derek Jacobi. Es así como, casi sin notarlo, con delicadeza y fuerza al mismo tiempo, se va construyendo poco a poco, desde los cimientos de su imaginación hasta la concreción de los actos escénicos, una maravillosa creación teatral que sobre todo nos habla del Poder y la ponzoñosa corrupción que emana inexorable de sus aledaños, pervirtiendo espíritus y conductas cuando la ambición desmedida se convierte en el único y más importante fin de la existencia humana. Ricardo III desciende progresivamente hacia el Infierno de su animalidad instintiva más salvaje, comenzando por instrumentalizar la mentira para provocar reacciones políticas y concluyendo con un baño de sangre cuyas pérfidas heridas habrá cometido sobre hermanos, leales, mujeres y niños. Todo el engranaje fluye con energía y sin fricciones (no hay mejor guionista que Shakespeare y esto lo sabe demasiado bien el mundo del celuloide) conformando un perfecto mecanismo invisible que arroja como resultado una visión renovada y renovadora sobre algunos de los más sombríos resortes auténticamente responsables, ayer y hoy, del comportamiento individual y colectivo. Al asistir al vaciamiento de un espíritu de cualquier atisbo de humanidad y contemplar además cómo la tortuosa conciencia de la inutilidad de lo realizado conlleva para el verdugo, también convertido en víctima de sí mismo, la soledad depredadora más allá de todo contacto emocional con otro ser humano, es cuando de verdad comprendemos que la deformidad moral del hombre es consustancial a su banal e inútil destino trágico. No hay caballo, por muchos reinos que poseyéramos y diésemos a cambio, que pueda alejarnos del fatal designio que nos aguarda. La vida es un sueño del que, ya que nos es imposible despertar, mejor es tratar de comprender su intrincado sentido a través de las mejores creaciones que la cultura nos ofrece. Sigamos buscando y practicando a Shakespeare. Valiente Al Pacino. Excelente película.


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