Una semana más asaltado por inquietudes relacionadas con el mundo del pensamiento que poco a poco se van transformando en certezas tranquilizadoras al entrar en contacto con ciertas reflexiones capaces de relacionar la sublimación del fenómeno artístico con su esencial vació de origen. Al contemplar ese hueco que construye un simple vaso y que sirviera a Heidegger para establecer todo un discurso acerca de la génesis de espacios y tiempos a partir de ese agujero constituyente en el mismo centro de la materia, no puedo dejar de imaginar cuan complicado es afanarse en representar aquello cuya huella se ha perdido para siempre porque es sencillamente irrecuperable. Absorto en estas divagaciones, pulso de forma automática el mágico resorte del equipo y comienzo a escuchar con suma curiosidad algunos trabajos corales del compositor estonio Veljo Tormis, nacido el 7 de agosto del año 1930 en la población de Kuusalu situada al este de Tallinn, la capital de Estonia, que son obras todas ellas inspiradas en temas pertenecientes al folclore antiguo de su país. Se trata de piezas encantadoras no exentas algunas de un detectable resabio nostálgico, que me provocan un abandono relajado mientras escucho con atención especial diecisiete canciones estonias para los festejos del himeneo y especialmente cuatro preciosas canciones de cuna. Pero como el propio autor ha indicado en alguna ocasión, él jamás se limita a expresar a través de sus creaciones una idea estrictamente musical sino que trata además de esgrimir otra razón, "an idée fixe" nos dirá, detrás de la arquitectura sonora ofrecida. Animados por esta original experiencia sonora, y con la escucha en el horizonte de los últimos trabajos de dos de los mejores guitarristas de los últimos tiempos, Chuck Loeb y el ya mítico Pat Metheny, nos proponemos afrontar una nueva y diferente experiencia cultureta, decidimos asumir un riesgo más y visitar la exposición que se ha montado en la Catedral de La Almudena de Madrid, con la inestimable colaboración de la fundación "Las Edades del Hombre", para conmemorar el 150 aniversario de la Declaración del Dogma de la Inmaculada Concepción. Esta solemne declaración fue promulgada por el pontífice beato Pío IX el 8 de diciembre de 1854 (Bula "Ineffabilis Deus"), cuya traducción al castellano en un pergamino procedente de la ciudad del Vaticano podemos contemplar. Nos impresiona sobremanera un bellísimo códice que contiene 194 textos líricos dedicados a la Virgen María, creados y recopilados por Alfonso X el Sabio y su estrecho colaborador Juan Gil de Zamora. También llama muchísimo nuestra atención el trabajo imaginario sobre el tema legendario del "Abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada" procedente del protoevangelio apócrifo de Santiago escrito a partir del año 150 d.C. Durante la Edad Media se creyó firmemente que la Virgen fue concebida gracias al beso que los dos esposos, ya con edad avanzada, se dieron a la salida del templo en la Puerta Dorada de Jerusalén al haberles sido anunciada la llegada del Hijo por el mismísimo arcángel San Gabriel. El tema es por eso detectable como símbolo de la Inmaculada Concepción en numerosas creaciones hasta el siglo XVI. Son incontables los tesoros con que nos vamos encontrando y es difícil no pararse un tiempo excesivo con cada uno de ellos. No está permitido remontar el flujo de gente cuya inercia nos arrastra pero decidimos no obstante observar con más detenimiento un óleo sobre tabla del reputado autor valenciano Joan de Joanes (1507-1579) que también pintó una gran Inmaculada para la Compañía de Jesús, y entre cuya simbología mariana podemos ver esos signos tan bien interpretados por el jesuita Luis del Alcázar en su libro de comentarios sobre el Apocalipsis de San Juan "Vestigatio arcanio sensus in Apocalypsi", tan bellamente ilustrado hacia 1614 por el poeta y pintor sevillano Juan de Jáuregui: el Sol como símbolo de la luz procedente de Dios, la media luna con las puntas boca abajo estaría refiriendo la humanidad de Jesús, el dragón de siete cabezas escupiría sobre las aguas del río los siete pecados capitales y las doce estrellas que construyen la corona nimbada de la Virgen significarían los doce apóstoles de Cristo. Nos adentramos así, de esta forma tan sublime y excepcional, en la última parte de la exposición (capítulo IV) de nombre "Del Esplendor a la Definición Dogmática".
Un dogma, tal y como bien queda señalado a través de la catequesis católica, "es una verdad de Fe solemnemente proclamada por el Papa para ser acogida por la Iglesia"; acogida y creída de forma totalmente acrítica añadiría yo. Pero esta cuestión carece de verdadera importancia cuando podemos con nuestra voluntad abstraernos de la cuestión de verdad o falsedad inscripta en esa aseveración y pasar, digámoslo así, a otro tipo de lógica no proposicional sino más bien modal, donde las ideas manejadas son las de posibilidad y contingencia. La Verdad que mis ojos contemplan se manifiesta directamente a través de su presentación estética donde sin duda puedo rastrear la presencia "inmaculada" de un espíritu creador que opera a través del "medium" artístico. De esta forma puedo mantener alejados y a raya todos mis prejuicios o mis ideas preconcebidas o mis hechos razonados y establecidos de carácter filosófico, ideológico o político para que de ningún modo puedan interferir con la percepción fenomenológica a que fuerzo deliberadamente todas mis impresiones, tratando de mantener sus conexiones internas en suspenso, detenidas, en una quietud interior que me posibilite un gozo estético plagado de espiritualidad pura. No sabría cómo denominar a este método contemplativo y estoy seguro de que alguien ya lo habrá inventado, practicado y hasta registrado con marca teórica de autor. La metodología de adquisición del conocimiento o de la aproximación a realidades ocultas es, así lo pienso, la base fundamental de la definición y posterior fijación de un fin no erróneo. Pasando de puntillas sobre el cuadro que representa a "Felipe IV jurando defender la doctrina de la Inmaculada Concepción", obra del sacerdote pintor Pedro de Valpuesta, finalizamos con la contemplación de una verdadera obra maestra de El Greco, la sublime "Inmaculada de Oballe" donde sin duda predomina la técnica personalísima del artista provocando un efecto de espiritualidad que trasciende cualquier fijación realista. ¿Qué mejor momento que el siguiente para ultimar la visita al "VI Salón europeo de patrimonio religioso y cultural" ubicado en el Pabellón de Cristal del Recinto Ferial de la Casa de Campo de Madrid? Es el mejor lugar para dar cuenta de esa extraña percepción que puede tenerse cuando se contempla la belleza como un sugerente velo que oculta a la vez que anuncia un elemento amenazante o siniestro. ¿Cómo contar estos hechos sin caer en el exceso narrativo que pueden procurarnos ciertos lugares comunes? En el interminable camino compuesto por los visajes que genera la perplejidad y la duda, nuestras últimas palabras de hoy para el reconocimiento a ese enorme pensador que desgraciadamente ya nos ha dejado para siempre; no así la densidad interminable de sus obras entre las que destaco especialmente "Freud, una interpretación de la cultura", un hermoso e inagotable estudio sobre uno de los pilares básicos de nuestra actual percepción del mundo. Paul Ricoeur, desde aquí nuestra más sentida y profunda admiración. Me apoyo en su regazo, es hora de dormir. PUSH IT TO THE END. Nuestro soñado aniversario cultureta se acerca...
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