Una semana más luchando a cuerpo personal por aclarar ciertas cuestiones relacionadas con el sentido del sinsentido, o al revés. Si uno comienza a indagar y reflexionar sobre estos temas de un modo que trate deliberadamente de dejar de lado todo tipo de dogmatismo apriorístico, en la medida en que ello sea posible claro está, se dará cuenta del gran número de confusiones que oscurecen el razonamiento en su progreso hacia la verdad. Suele confundirse, por ejemplo, origen o averiguación arqueológica con fundamento. Pero no es cierto que el origen de algo tenga que ser necesariamente su fundamento. Tampoco puede ser sostenida una sustantivación de la falsedad de un principio sólo porque la función que cumplen sus consecuencias las consideremos como negativas o poco adecuadas a nuestros fines. Si por ejemplo en la religión es cierto que la proyección de la omnipotencia de nuestro deseo enraizado en las fantasías infantiles, edípicas, desvela un mecanismo neurótico en la composición del ídolo-Dios-Padre, no es menos cierto que la religión no puede reducirse exclusivamente a ese aspecto arcaizante. El símbolo puede ser recuperado sin embargo desde la asunción de la auténtica ley del padre, la que implica aceptar que no se trata de tener esto o aquello para ser El Padre sino que lo que ha de ser asumido para evadirse del dominio imaginario de las ilusiones edípicas es que uno no es en ningún caso El Padre. Eso es la castración simbólica. Y a partir de ahí sí podemos lanzarnos a una nueva escatología que no se limite a repetir lo reprimido. Tal vez sería algo como la hermenéutica del consuelo aplicada por Paul Ricoeur. O tal vez la línea filosófica que enlazaría Nietzsche con Heidegger y su discípulo Hasns-Georg Gadamer... Cansado ya, no me dejo atrapar por más intuiciones y me abandono al éxtasis que me provoca un maravilloso quinteto para cuerda de Luigi Boccherini, nacido en la ciudad toscana de Lucca el 19 de febrero de 1743, y del que es absolutamente recomendable cualquier obra, para concluir mi sobrevuelo espiritual con las seis partitas del divino J.S. Bach. Y surge una nueva y más importante cuestión: ¿de dónde procede ese talento portentoso para crear una cantata maestra por semana? Mi sana envidia ante esa inalcanzable realidad no me deja ver con total claridad esa juguetona luminosidad que danza inquieta ante mi sorprendida mirada. Es un destello interno y externo a mí, mi extranjera luz interior. PUSH IT STRANGE:
D.J. Caruso: Vidas ajenas. Más de lo mismo, más "seven" reciclado con todos los tics estéticos logrados por Fincher elevados a al n-sima potencia, maltratados y envilecidos, hasta lograr un nuevo y absurdo tour de force aplicado a lo que ya no admite más giros inesperados. Otro "psychokiller" insufrible con psicópata asesino malo, muy malo, encarnado para la ocasión por el siempre competente Ethan Hawke y perseguido en última instancia, porque antes logra enamorarla perdidamente, por la inexpresiva y limitada Angelina "morritos" Jolie. La tramposa cinta trata de despistar inútilmente al avezado espectador, pues desde el comienzo se sospecha claramente de la autoría criminal de Hawke, y esto a pesar del inexistente e incoherente parecido con el personaje introductorio que comete el primer homicidio, dando la trama a continuación un supuesto giro final, forzado y artificioso, para que de ese modo la heroína cace al monstruo sometiéndole a un ingenioso engaño basado en un embarazo simulado, cosa que tiene mucho sentido si tenemos en cuenta lo bien que se lo ha pasado Hawke con la sensual detective del FBI. Las necesarias secuencias "made in seven" se van sucediendo en saltos perfectamente previsibles y se opta deliberadamente por una idiotización traumática de la psicopatología del protagonista en lugar de buscar claves más originales a la hora de abordar su camaleónico impulso homicida, convirtiéndolo a la postre en un melindroso mastuerzo de atrabiliario carácter y tópica crueldad. La verdadera suplantación de identidad la realiza esta cinta al aprovechar una vergonzosa simbiosis parasitaria con proveedores fílmicos de mayor enjundia. Material había, qué duda cabe, pero guión y realización en una medida casi inexistente. Mala.
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