Tal vez sobren los comentarios pero no las reflexiones. Es más, llevan sobrando desde el mismo comienzo de ese maravilloso circo deportivo llamado "Mundial de Fútbol". Desde mi particular punto de vista podrían aducirse razones de todo tipo para explicar el desesperante y aciago destino de una selección, la nuestra, que suele escuchar los cantos de sirena provenientes de los dioses como si realmente esa melodía seductora fuera con ellos. No. Porque en nuestro caso, y viene siendo indiscutiblemente así desde hace demasiado tiempo, esos halagos imaginarios son vomitados por todo un perverso aparato mediático encargado de vender un sueño cuya realidad todavía anda muy lejos de cumplirse. ¿Por qué? ¿Por qué (¡dime Salinas, dímelo!) no se es capaz de valorar de una vez por todas la realidad de una forma objetiva y arrojar un juicio de valor razonable que no genere unas expectativas tan desmesuradas como ilusorias? La España del "corrá" casi pierde el encuentro contra Túnez y pasó unos vergonzantes apuros en su disputa con Arabia Saudí. ¿Por qué se empeñaron en tapar la evidencia y no criticaron con dureza un partido que resultó de cabo a rabo lamentable? ¿Y el once titular? ¿Ha existido alguna vez hablando realmente en serio? ¿Por qué se han llevado y alineado (alienado todos) jugadores cuya titularidad está continuamente en entredicho dentro de sus propios clubes de procedencia? Bien, con esto sobraría. Pero hay más. El miedo al fracaso, el temor a lograr un éxito para el que inconscientemente uno no se siente preparado, el masoquismo de asumir un destino sombrío que pueda hacer proliferar una autocompasión amarga a falta de otros laureles más brillantes, la búsqueda de una autodestrucción dentro del cenagoso laberinto de la mala fortuna, la angustia de enfrentar un logro mayúsculo al no tener más remedio que cortar la cabeza de Medusa. El talento petrificado bajo la totopoderosa mirada del mí(s)tico y luminoso Zidane. Acaso la solución tenga que pasar por una auténtica cura de humildad. ¿Asumimos de una vez por todas que nuestro equipo es de talla mediocre y nos dedicamos a luchar a la manera heroica de Ucrania para conseguir al menos un puesto honroso dentro del Olimpo balompédico, o por el contrario nos empecinamos en mantener una irreal posición de supremacía desafiando con arrogancia petulante las apabullantes pruebas experimentales que nos desmienten? No hagamos leña del árbol caído, simplemente quemémoslo y plantemos una renovada semilla cuyos frutos podamos ver y disfrutar en un futuro no excesivamente lejano. Como bien señalaba Sinuhé, el Egipcio, en la magistral novela del finlandés Mika Waltari, "el corazón humano es tan insensato que deposita su confianza en el porvenir y la esperanza, sin aprender nada de sus errores, e imaginando que el mañana será mejor que la víspera". No nos queda más remedio ya que quien desea vivir siempre está condenado a la esperanza.