[ESCENA 1] Sobre tiempo y espacio. Atrasar un determinado periodo de tiempo en el reloj puede suponer adelantar la ocurrencia de un hecho, anticipar el advenimiento del suceso, con lo que el lenguaje resulta confuso en este punto, porque adelantar el tiempo es llevarlo hacia delante esperando que el adelanto proporcione ocurrencias situadas detrás de lo actualmente presente, es decir, antes. Tal vez toda el embrollo provenga de que el tiempo necesite del espacio para concebir su propia sustancia, o de que el espacio no podría constituirse en tal sin un tiempo que inevitablemente lo atraviesa y limita, pero sea como sea, espacio y tiempo, y tiempo y espacio sí parecen mantenerse entrelazados dentro de palabras y expresiones con las que seguimos soñando poder recorrerlos a placer.
[ESCENA 2] Sobre la libertad y sus límites. Somos libres o puede que muchos de nosotros lo percibamos así, pero nos sigue faltando probablemente un espacio ético real donde ejercerla sin cortapisas y con total y absoluta responsabilidad. También arroja muchas dudas el concepto mismo de “Libertad”, pues solemos entremezclarlo con deseos, posibilidades o ausencia de restricciones, confundiendo las más de las veces la libertad de (negativa) con la libertad para (positiva). Pero hay o debería haber límites legítimos y civilizatorios a una libertad que jamás podrá ser infinita, puesto que si así fuera nos aniquilaríamos mutuamente para alcanzar la liberación absoluta proporcionada por el no-ser o la determinación infranqueable de la Nada.
[ESCENA 3] Sobre la construcción del arte contemporáneo. Más que videoarte convendría hablar de ensayo visual, toda vez que cualquier imagen filmada y expuesta es susceptible de ser interpretada bajo la luz y signo de cualquier teoría a la moda o en desuso, tanto da. Las claves del éxito de una supuesta obra de arte moderna-radical-experimental-vanguardista-conceptual son: 1) crítica institucional a la propia institución que la alberga -esto suele dar buen resultado al aprovechar el sentimiento de culpa y la inercia masoquista que habita cualquier manifestación cultural avanzada que se precie-, 2) resaltar la fragmentación identitaria y la construcción del Otro por colonización opresora de su mirada, y del Mismo por el cultivo autocrático de dicha violencia simbólica –esto es infalible porque apacigua el sentimiento de culpa y limpia la conciencia, a la vez que fustiga nuestra propia construcción social-, y 3) radicalidad novedosa que rompa con la tradición propia y sea capaz de integrar la ajena, que resulta mucho más exótica, atractiva y preñada de todo tipo de sugerencias y sutilezas por descubrir –esto remata la jugada y proporciona un aura transgresora dirigida exclusivamente a las prohibiciones de carácter etnocéntrico, cuya génesis se hallaría en el centro mismo donde se sitúa y desde donde produce su obra el artista-. Nada que ver con captar y revelar el misterio de la vida a través de una verdadera mirada artística sobre la realidad cotidiana.
[ESCENA 4] Sobre la maldición de Sísifo. Cualquier día puede ser contemplado desde la perspectiva del mito trágico según el cual un reo de los dioses es forzado a cargar con un fardo hasta la cima de una colina, para repetir la operación indefinidamente y sin visos de liberación futura. La carga aumenta de peso con el paso del tiempo, acrecentada por obligaciones, normas, inhibiciones, restricciones y, por supuesto, ilusiones de libertad perfectamente situadas para cumplir con el objetivo de reforzar todo el esfuerzo previo. Pero en un mundo sin dioses, en un universo frío y por completo ajeno a nuestras cuitas existenciales, donde el sentido se escabulle al disiparse entre el oleaje impetuoso de las acciones cotidianas, ¿contra qué o quién rebelarse para dejar de cumplir con el ciclo del destino?
[ESCENA5] Sobre una efectiva Autoridad afectiva. Para ser efectiva y tener efectos beneficiosos sobre la conducta del niño objeto de su aplicación, ha debido construirse previamente como ente simbólico cuya sola imaginación genere una poderosa sensación de amenaza a través de la mirada y la gestualidad. De esta manera, si como padre yo ejerzo mi autoridad gritando o pegando a mi hijo, automáticamente la disminuyo, socavando sus propias bases de sustentación. Pero he aquí lo problemático del asunto en una sociedad como la nuestra: ¿Cómo llegar a ese estado de Autoridad que provoca respeto y obediencia sin haberla practicado nunca por estar proscrito su ejercicio? Al haber perdido la posibilidad de construir la autoridad simbólica en el entorno familiar, los niños quedan a la deriva y tan solo la veremos renacer metamorfoseada en formas grotescas de prohibición o agresión. Lo que sin duda nos aboca a un mundo de ilimitadas posibilidades destructivas.
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