En el nombre del Padre
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En el nombre del Padre

Comenzamos una semana con la fiesta del Padre sobre nuestro horizonte y nuestros bolsillos, para recordarnos la presencia indiscutible de una figura configuradora de nuestra psique, proyección por igual de aversiones y reverencias de carácter marcadamente totémico...

26 mar 2003


Comenzamos una semana con la fiesta del Padre sobre nuestro horizonte y nuestros bolsillos, para recordarnos la presencia indiscutible de una figura configuradora de nuestra psique, proyección por igual de aversiones y reverencias de carácter marcadamente totémico, origen de la culpa fundadora de lo humano, trasunto de nuestro adorado y temido Dios. Mis pensamientos, horros de predisposición o premiosidad, comienzan a volar hacia horizontes muy lejanos, impelidos, eso sí, por las mágicas notas de las Sonatas para Piano 10, 11 y 12 de Ludwig Van Beethoven, y los conciertos para piano 1 y 2 de Frederic Chopin, magistralmente interpretados por Maria-Joao Pires. Y en esos horizontes de grandeza aparece la auténtica amistad, el privilegio que supone contar en tu círculo afectivo con un grupo de personas realmente excepcional, heterogéneo, irrepetible, maravilloso, justo el que se reunió con motivo de la celebración de un acontecimiento entrañable, cuyo indiscutible protagonista fue Mario Sanz, nuestro querido y admirado Mariete, un carácter bondadoso, generoso, entregado a los demás; un hombre íntegro, inteligente, creador; una persona admirada y querida por todos aquellos que tenemos la fortuna de conocerlo; un amigo respetuoso y leal. Una reunión que fue genuina y auténtica, ágil y divertida, en fin, memorable. A continuación emprendo un periplo inolvidable comenzando con Leonardo da Vinci (1452-1519) y su inagotable genialidad inventiva dentro de la Biblioteca Nacional (el órgano de mano es sorprendente), la misma sede para disfrutar de la poesía intimista, ascética, extática y ultramística del poeta catalán Jacint Verdaguer (1845-1902), para concluir con la experiencia sublime ofrecida por Johannes Vermeer (1632-1675) y sus contemporáneos dentro de la majestuosa exposición temporal ubicada en el Museo del Prado, un recorrido a través de muchas obras maestras tocadas con la divinidad del genio Absoluto, espacios íntimos donde la música fabrica alegorías de seducción, las aves de intercambio sexual, las cartas de interacción entre deseos, todo con un refinamiento pulcro y sublime donde la luz, el color, la composición son elementos utilizados para trascender lo cotidiano.

Y ahora, justo en este instante, con la sonrisa de la satisfacción dibujada en el rostro, vuelvo la vista hacia ese oscuro aparato que parece palpitar desde el fondo del módulo empotrado. Es como si quisiera decirme algo. Me aproximo con sigilo, pego mi oreja sobre el frío mecanismo, escucho en silencio un susurro que poco a poco va creciendo en intensidad hasta convertirse por fin en un dicterio sobre el actual abandono a que está siendo sometido. Me sobresalto. Soy presa de la indignación y sé que he de poner remedio a esta intolerable injusticia. Me pongo manos a la obra. Presiono con fuerza el corazón de la máquina. PUSH:

Brian de Palma: Atrapado por su pasado. El camino de Carlito, en manos de ese intérprete prodigioso llamado Al Pacino, es una experiencia cruda y auténtica acerca de la sobredeterminación contextual sobre la propia existencia, cuando a pesar de los intentos por salir del infierno que supone el crimen organizado, el ambiente se niega a otorgar una verdadera oportunidad de cambio, ejerciendo de muro infranqueable que eleva la altura moral del protagonista al concluir su propia redención en el mismo fracaso de su empresa. Senda cruel y dolorosa donde la lealtad es masacrada y el verdadero amor recuperado, en un desenlace filmado al borde de "Los intocables de Elliot Ness" y con la excepcional clase de Pacino paseando su porte decidido y valiente por una estación de tren plagada de trampas mortales. Buena.

Giusseppe Tornatore: Cinema paradiso. Encantadora y hermosísima película sobre esas dos materias indistinguibles en la práctica de nuestra denudación cotidiana: cine y vida, ambas anudadas con sensibilidad y maestría precisas gracias a la especial percepción de un cineasta singular, siempre interesante, que fabrica una historia bella e intensa, profundamente humana, de gran radicalidad emotiva (recuérdese que el auténtico radical es el capacitado para observar y viajar hacia la raíz de las cosas), siendo al mismo tiempo historia de iniciación, metáfora expositiva acerca de los mecanismos de la amistad y el amor, más una nostálgica crónica sobre el nacimiento, auge y defunción del cine entendido como instrumento de sublimación de la realidad, más allá de su utilización con fines propagandísticos o de mercado. La pantalla mágica refleja sueños, fantasías, ensoñaciones, emociones, fantasmas, anhelos, temores, todos ellos elementos proyectados sobre las mentes de los espectadores porque son leídos como tal, es decir, previamente reconocidos en la superficie bidimensional como elementos constitutivos de la propia psique, por lo tanto, susceptibles de sufrir a su vez todas nuestras identificaciones y proyecciones. He ahí la complicidad, la magia que surge en la sala oscura, el milagro de la imagen-movimiento que continúa deslumbrándonos con tan sólo recuperar algo de esa mirada perdida, primigenia, candorosa; una forma de contemplar con que, siendo niños, muchos de nosotros nos aproximábamos, trémulos y excitados, ansiosos y embriagados, paso a paso, con la entrega reverencial de quien se sabe asistente a una nueva epifanía, hacia nuestra embrujada butaca de madera: el maravilloso pasaporte hacia un cielo o infierno particulares. De todo ello habla esta extraordinaria película de Tornatore, un canto pulcro, respetuoso y sincero dedicado con amor y pasión al séptimo arte, para algunos primero, de nuestras vidas. Obra Maestra.

Frank Capra: Juan Nadie. Esquema similar a ese clásico llamado "¡Qué bello es vivir!" pero con algo menos de encanto, es esta amable cinta del siempre dulzón crítico que es Capra, un humanista convencido que se pone duro cuando al comienzo del filme arremete contra el modo de vida capitalista, con sus trampas y añagazas basadas en la ambición y el poder, y que más adelante se asusta un poco de sí mismo y da marcha atrás con un personaje hipócrita y odioso, absolutamente desacertado, que supuestamente encarna el eslabón perdido entre el poderoso especulador y el "juan nadie" (en realidad "juan todos" pues a todos nos representa) de vida gris, corazón gigante y generosidad múltiple. Al menos supone una llamada de atención sobre eso que ya hemos olvidado hace mucho tiempo, y que ya predicara otro "juan nadie" hace cientos de años: ayudar a nuestro vecino, hacer que su vida sea más fácil, apoyarle en los momentos complicados, mostrar nuestra solidaridad en las situaciones más desesperadas, y estar siempre atento a sus necesidades vitales tanto como a las nuestras. ¿Ingenuidad? Sí, eso pienso yo, pero reconforta pensar que esa idea revolucionaria no ha muerto y que su semilla germinará algún día en el fatigado corazón de la humanidad. Una buena, y habitual en Capra, utopía costumbrista.

Marlon Brando: El rostro impenetrable. Contundente western dirigido y protagonizado por el mito viviente que es Brando, enorme, poderoso, glacial y tierno al mismo tiempo, rocoso, desmesurado, impredecible. Karl Malden completa el duelo de odio, rencor, venganza y perdón de un modo apropiado, si bien el último tramo de la cinta arrastra el innecesario lastre que supone la relación amorosa entre Brando y la joven de la que finalmente acabará enamorándose. Un cierto barroquismo desértico, una presión asfixiante venida de las grandes extensiones geovitales es el logro conseguido por este monstruo devorador de materia cinematográfica, de vida desmesurada y talla inigualable. Buena.

Renny Harlin: Deep Blue Sea. Otra más Santo Tomás. Más de lo mismo, es decir, los típicos y tópicos elementos constitutivos de la "fórmula alien" metidos con calzador en un proyecto no más esperpéntico y aburrido que otros de su categoría: chico guapo musculoso (éste con orejas de soplillo), científica para experimentar sexo duro, magnate dubitativo, graciosillo negro, esteatopigia blanca con labores administrativas y TIBURONES adulterados genéticamente que colocan a los componentes de tan ilustre grey "al final de la cadena alimenticia" (ésta es una de las grandes teorizaciones del filme). Los escualos se darán el banquete de sus acuáticas vidas para acabar vomitando el bolo digestivo gracias a explosiones de última generación, fracasando en su loable intento de revolución piscicultora. Por cierto, aquí se salvan el culturista y el payaso. Lamentable.

Milcho Manchevsky: Cenizas y Pólvora. ¡Qué enorme decepción, amigos! Nunca imaginé que sentiría tanta indignación (sólo podrá superarlo Scorsese si efectivamente son ciertos los comentarios que he leído, y no tengo motivo para dudarlo) al contemplar como el autor de esa obra maestra llamada "Before the rain" ofrece una patética muestra de pérdida de ideas e impulso creativo, firmando una producción pretenciosa, vacía, ridícula hasta extremos insospechados, e irritantemente violenta, con la gratuidad insoportable de un realizador de tercera fila especializado en telefilmes de acción, sobre las raíces de la violencia en ese infierno que es y sigue siendo el avispero balcánico. Y es que a pesar de tanto tiroteo, de tanta cabeza cortada, de tanto disparo en el pecho, de tanta muerte ralentizada, ese supuesto espectáculo lúgubre ni emociona ni conmueve ni promueve reflexiones morales o éticas ni... en fin, sería demasiada larga la lista de despropósitos. Sólo espero y deseo que este director vuelva por sus fueros y que su anterior obra no haya sido únicamente un brillante espejismo, fruto exclusivo de un afortunado azar. Muy mala.

Roberto Rossellini: El Amor. El maestro italiano ("Roma ciudad abierta", "Alemania año cero") ofrece un filme al servicio del lucimiento interpretativo de la gran Anna Magnani, en dos historias independientes, sólo aparentemente, pues configuran un cuadro denso, oscuro, y profundamente desencantado sobre el paisaje configurador del sentimiento amoroso, un terreno escabroso, plagado de trampas, en que el dolor y el sufrimiento sólo son comparables al éxtasis ilimitado que puntualmente puede llegar a experimentarse en plena embriaguez carnal. El relato llamado "El milagro" es sencillamente magistral, amén de ofrecer una metáfora desoladora sobre la impotencia del sentimiento religioso auténtico, el fundamentado en la humildad y el amor al prójimo, para desintegrar el prejuicio intolerante de la masa, capaz no obstante, de adorar continuamente a insubstanciales becerros de oro. Muy Buena.

Ya os dejo una vez más, cazado por la sombra del Padre bajo cuyo influjo continuaremos viviendo por los siglos de los siglos, bien que el lugar físico del padre desaparezca para siempre de la necesidad procreadora desde el punto de vista estrictamente biológico, mas el lugar simbólico que determina, posiciona, estructura en el nombre-del-Padre no es algo eliminable pues es justamente el fundamento del acceso al proceso de humanización. Pienso en concluir cuanto antes el repaso hacia el Pragmatismo de William James, hermano del gran Henry, para el que "la verdad es una especie de lo bueno" (habría mucho que discutir al respecto), y adivino la gran experiencia que podrá suponer Masa y Poder del genial Elías Canetti. Padre, tú que me separaste para siempre del reino primigenio de la fusión, tú que me enseñaste los límites de mi omnipotente deseo, tú que configuraste mi posición a tres indisociable de mi proceso de individuación, tú que me culpabilizaste por desear lo que tú deseabas, tú que me introdujiste en los tortuosos senderos de la Ley, tú para quien yo fui durante mucho tiempo pantalla de proyección de tus temores y anhelos, tú que me enseñaste el significado del dolor inscripto en la renuncia, tú que te adueñaste de un poder por el que he tenido que combatir a ciegas, tú que me ayudaste a orientar mi existencia, tú que en ocasiones me desorientaste sin pretenderlo, tú que me has amado hasta el fondo de la irracionalidad, tú que me has dado la herencia de Un Lugar, tú que me has otorgado el reino de Un Vacío, Tú, que habitas en Mí, no me abandones jamás. Escribo en tu nombre. Así es. Así sea.

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