Frente al fútbol retórico, sobón, ornamental y cansino del Brasa, el REAL MADRID opone en todo momento y estadio un juego eléctrico, tenso, efectivo y orgánico, todo un despliegue de majestuosa efectividad que ha colocado al equipo blanco al borde mismo de la conquista del título de Liga. Así ha sucedido, viene sucediendo y continuará ocurriendo para suerte del Madrid y, con toda probabilidad, del Fútbol. El propio Alves, personaje provocador y antipático donde los haya, declara su incurable pesimismo tal vez preparando con tiempo su salida del waka Brasa al desear, al menos inconscientemente, entrar a forma parte de un club verdaderamente grande. Los hechos y resultados hablan claro: El Brasa no sabe competir cuando pierde. Si gana, si los acontecimientos y los árbitros soplan a favor, entonces sus jugadores suelen hacer gala de un falso aplomo y, por todos es sabido, de una modestia bien impostada; por el contrario, el Madrid -un equipo fuerte, optimista, capaz de motivarse aun en las circunstancias más adversas e incapaz de dar por perdida una Liga por mucha distancia que le separe de sus adversarios- es realmente diferente, se mueve en otro universo y, precisamente por eso, continúa siendo el equipo a imitar dentro y fuera del fútbol nacional. El Madrid lucha, se aferra a posibilidades increíbles, se agarra con fuerza a la victoria, jamás se rinde y hace gala de un carácter indomable, llegando la afición al extremo (absurdo) de silbar a un equipo campeón y líder cuando se permite el lujo de contener el ímpetu frente a un Levante con diez. Es un equipo hecho, fabricado y pensado para ganar. Sin embargo, y de esto nos alegramos sobremanera, el Barcelona presenta un carácter enteco, temeroso, y su endeblez estructural aparece muy rápidamente a poco que las circunstancias se desacoplen del guión previamente establecido.
Messi está triste, se le ve en el rostro, se adivina su ánimo resentido frente a lo otros compañeros que ya no le dan el juego que necesita, su mohín es malhumorado, de corte agrio, y, efectivamente, sombrío. Nadie del propio entorno culé confía en la remontada y lo fían todo a la Liga de Campeones, donde esperamos y deseamos un nuevo clásico capaz de escenificar definitivamente el cambio de ciclo y el derrumbe total de la Farsa. Por cierto, ¿señorío y educación de Don Pepinho? Gestos, gritos, intimidación al árbitro, formas agitadas e histéricas, nada que no supiéramos y de cuya existencia no hubiéramos avisado en muchos artículos previos. Es tan prepotente y soberbio que en el reino pamplonica quiso ganar (“he ganado 13 de 16 títulos”, ya, ya lo sabemos, te quieres parecer demasiado a... Mou) con un equipo sin estrellas muy significativas, y sí, el otro día se equivocó de forma estrepitosa y tiró el partido a la basura. Humano, demasiado humano como rezaba el título de una gran canción de los poderosos Def Con Dos, y suele ocurrir que todas las miserias hacen acto de presencia o simplemente se hacen más visibles en los momentos que exigen comportamientos ejemplares, y de esto nadie se libra, mal que les pese a muchos adoradores de la nada. Ese molesto y pestilente inerismo guardiolesco, potenciado por sus correspondientes voceros de pago, se ha desmantelado con la última, necesaria, maravillosa, y esperadísima derrota de un equipo compuesto por niños adocenados que, como el joven y arrogante Thiago, ya creen ser superiores y sustitutos de sus mayores sin haber realmente demostrado nada. Estamos en la obligación moral de meter nuestro espeque en la grieta que observamos, y sopalancar con fuerza inusitada, agrandándola, para así mejor mostrar la podredumbre que se esconde detrás. Lo vais a pasar mal, muy mal, y lo tenéis más que merecido, y mis alegrías se dirigen especialmente a un personaje nefasto, patético, un tal Piqué que además sufrió un fuerte correctivo por parte de su entrenador en el partido contra el Leverkusen, al que ni siquiera acudió convocado; o el prometedor Pedrito, un talento que se está apagando y desperdiciando con pasos más gigantes que los dados con las botas de Pulgarcito (no hay ninguna referencia velada a Messi, por favor, que nadie me malinterprete).
Pero dejemos de mostrar y demostrar la podredumbre del eterno rival y centrémonos en otras cuestiones no directamente relacionadas con el combate en cabeza. Y es que las noticias y los entrenadores vuelan. Clemente destinado a reflotar o hundir definitivamente al Sporting, y Míchel con la oportunidad de su vida para hacer currículum y preparar su camino hacia el banquillo del Madrid, y nunca hemos ocultado que esa circunstancia sería de nuestro máximo agrado cuando Mou abandone para siempre la nave blanca (¿cuándo? ¿quién sabe cuándo?), un hecho que puede recuperar un interés más que necesario sobre la cantera y modelar un proyecto destinado a no desperdiciar determinados y valiosísimos recursos propios. Todo se andará. ¿Y el Atlético de Madrid? Pues que firmó en Liga el mejor partido que se le recuerda frente al Racing en una primorosa secuencia de ocasiones que solo la mala suerte privó de materializarse en goles y una victoria merecidísima. Y qué decir de la lección de fútbol que acaba de ofrecer en Roma frente a la Lazio de Klose, dejando resuelto su pase a octavos. Esperamos mucho del Atlético de Madrid, y debe hacer los deberes precisamente contra el Brasa, que visitará el Calderón del próximo 26. Lo veremos y animaremos al máximo. ¿Cabe mayor placer que imaginar a un deslumbrante Madrid saltando al maltrecho césped del Camp Mou mientras la guardiolería sin inclina con humildad (y secreta envidia) a los pies del nuevo campeón?
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