La atmósfera dentro del vestuario madridista se ha vuelto poco menos que irrespirable. Pero esto no es nuevo ni mucho menos, ha sucedido en numerosas ocasiones y en otras tantas se ha resuelto con éxito o, al menos, con el necesario punto de cordura que la situación demandaba. Sea como fuere, la actual coyuntura mueve a preocupación, y bastante, más si tenemos en cuenta la peligrosa encerrona del próximo domingo en una visita al Camp Mou cifrada como final para el equipo blanco, a ocho puntos del liderato y con serio peligro de dar el campeonato por perdido recién comenzada la competición liguera. Y lo último de este lamentable inicio de curso para la familia madridista (cada vez peor avenida), lo protagonizó el bajísimo rendimiento del alemán Özil, abroncado por el entrenador durante el descanso del partido que enfrentó al Madrid contra el Deportivo de La Coruña, sustituido en el descanso, y, para colmo de males, camaleónicamente representado por su compañero de equipo Sergio Ramos al haber adoptado éste de forma momentánea una segunda piel simbólica al colocarse la camiseta del teutón por debajo de la suya, imaginamos que no precisamente para aumentar su propio y sudoroso aroma. El chico, Sergio, central y lateral del Madrid, no es que sea malo, o malintencionado o taimado o torvo... digamos que, apelando al modelo de las inteligencias múltiples de Gardner, carecería tal vez de un factor cognitivo directamente relacionado con la oportunidad o la sindéresis.
Es preciso recordar ahora que aquella para algunos descabellada teoría, la que propusimos hace tiempo cuando a nuestro entender el síntoma melancólico de Cristiano nos remitía a turbulencias dentro del vestuario, se comprueba completamente acertada y exacta una vez más, convirtiéndonos por entonces en los primeros que atisbaron con acierto aquella visible oscuridad. Pero no perdamos ni un segundo en congratularnos por el vislumbre y demos, pues, un paso más atrevido al respecto: Ramos es sin duda un hombre orgulloso, sincero, tal vez excesivamente cándido y por ello muy manipulable si se pone a tiro del auténtico urdidor de la trama oculto en la sombra del banquillo: ¡¡El portero Casillas!! El mohíno que no celebra desde hace mucho tiempo los goles del equipo, ausente, enfadado con el mundo y con parte del vestuario y, por supuesto, con su actual entrenador. Ramos se ha convertido en su punta de lanza, su ariete para trata de derrocar el poder de Mou, y lo está utilizando con suma habilidad, distanciándose de él cuando es preciso (no siendo “invitado” por Ramos a una reunión entre compañeros afines para que no se perciba claramente la indubitable conexión), y provocando conductas de abierto desafío como la última y vergonzosa protagonizada por el sevillano vistiendo la doble camiseta de Özil y suya. Los tiros van por ahí, y Sergio Ramos, hombre ingenuo y crédulo donde los haya, está haciendo de pantalla al resentido cancerbero madridista, cuya transformación caracteriológica hunde sus raíces en cambios personales relacionados a su vez con el podrido mundo mediático del corazón, de la simulación, la mentira y la imagen. Algo carcome el interior de este chico, incapaz de sentir satisfacción cuando sus compañeros logran una trabajada victoria, tal vez asediado por fantasmas y temores que le hayan sido insuflados desde posturas y tendencias que persiguen denodadamente la destrucción de la institución madridista. Mourinho debe atajar el problema lo antes posible de una forma u otra, dialogando, sí, pero tomando posturas firmes y decisiones orientadoras, que no siembren la incertidumbre sino todo lo contrario, buscando con urgencia la tranquilidad y el equilibrio que el equipo demanda por encima de estos elementos desestabilizadores.
Ardua tarea la del máximo responsable del conjunto blanco, harto complicada, y más cuando espera un partido crucial que será rápidamente encendido con la incendaja separatista en un premeditado intento de codificarlo simbólicamente a partir de falsos y odiosos presupuestos secesionistas. En ese contexto manipulado y hostil, un hombre escindido en sus lealtades profundas, emocionalmente dividido, será presa fácil para los depredadores blaugranas que habitan en su inconsciente. ¿Podrá controlarlos? ¿Arrastrará nuevamente en su delirio al compañero anímicamente más influenciable o menos perspicaz de la clase?
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