Otra semana más siendo atravesado por un caudal de emociones que ya se han constituido en el "núcleo central" (¿hay algún núcleo en sentido metafórico que no lo sea?) de mi alma, agitada por dulces corrientes de renovación física y espiritual, zarandeada por el arrobo de un éxtasis perpetuo en la contemplación de la belleza, transportada, en fin, hacia los confines del sentimiento, un lugar desconocido donde las palabras nada significan pues allí sobran, están limitadas en su continuo desplazamiento del significado, se agotan en su intento inútil de cerrar el sentido, y así dejan paso a la mirada sutil, el gesto comunicativo, la caricia alimentada con el deseo, la telepatía entre dos corazones ardientes. Escucho para celebrar esta nueva arquitectura anímica (ya sabéis: "firmitas, utilitas y venustas") el primero y segundo disco de ese grupo ya mítico llamado The Black Crowes, especialmente su maravilloso The Southern Harmony and Musical Companion, con temas tan celebrados como "Remedy". Me pongo más duro si cabe con el OU812 (Oh! You ate-eight one two-too) de Van Halen, y concluyo suavemente con la dulzura polifónica de la extraordinaria Enya en The Celts bien aderezada con el extraordinario último trabajo, Escapology, del cada vez más sorprendente Robbie Williams. Mientras contemplo fotos que encuadraron la belleza de un lugar y un momento, valdría decir mejor del Lugar y el Tiempo, pues mi percepción tiende inexorablemente hacia la consecución de lo perdurable en lo más íntimo, aquello por lo cual uno se convierte en espiritualmente inmarcesible, el eco de su voz resuena una vez más en mis sentidos y de nuevo me desplazo con vertiginosa celeridad hacia el encuentro de esa luz rítmica, de palpitar conciso y atrayente, cuya luminosidad deslumbra mi mente y subyuga con el poder de la orden primigenia todas mis fibras cardiovasculares. He de hacerlo, ahora. PUSH IT:
John Mackenzie: El Infiltrado. Película de temática más que interesante, la proliferación de grupos neonazis arropados por toda una retícula de poder interconectada entre Alemania y USA, es decir, bajo su directa tutela, pero desgraciadamente muy pobre con relación a los argumentos cinematográficos que ofrece para abordar tan espinosa y actual cuestión. El actor protagonista no da la talla y su caso, basado en un hecho real, no logra mantener la suficiente tensión dramática como para llegar a calar de veras en el espectador, quien mantiene el interés más por su lógica preocupación humanista que por méritos del equipo de rodaje. Didáctica.
Mario Camus: El color de las nubes. Julia Gutiérrez Caba ofrece todo un recital interpretativo al sumergirse de pleno y con riesgo en una historia dramática que explora con acierto las relaciones de poder configuradoras de lo público y lo privado, a veces dos ámbitos indistinguibles cuyas fronteras se difuminan para dejar paso a la disolución de una realidad sólo aparentemente categorizada. El dolor, la venganza y el perdón se dan cita en un filme de extrema sensibilidad y acertados trabajos actorales. Como diría Proust, lo más íntimo es lo más común, y aquí la tesis se demuestra en todo su alcance cotidiano. Buena.
Miguel Picazo: La tía Tula. Película del año 1963 basada en la novela homónima de Unamuno, la de Picazo es una extraordinaria puesta en imagen de una patología sociocultural configurada en derredor de un dispositivo de saturación sexual paradójicamente fundamentado en la creación constante del secreto, una oscura caverna hollada en el cuerpo que no sabe, que no quiere saber conscientemente, pero que manifiesta su deseo en forma de frustración, inhibición, síntoma y angustia. La represión cultural levanta un muro de silencio y tapona la expresividad emocional hasta ahogar la existencia en un pozo de renuncia, la misma a la que se verá sometida inexorablemente la escindida e histerizada Tula. Sucedió aquí, en una España retorcida, hedionda y vergonzosamente profunda, no lo olvidemos para que jamás se repita. Obra Maestra.
Montxo Armendáriz: Silencio roto. Película dolorosamente hermosa, cuyo oscuro fulgor alcanza la retina de la conciencia comunicada directamente con la necesaria reactivación de la memoria histórica, la única que puede lograr que no caigamos en los mismos errores de antaño. Toda la miseria moral franquista de la posguerra concentrada en un microcosmos de extinción fratricida, un universo de traición, delación, tortura, radicalismo y muerte absurda (¿alguna no lo es?) disfrazada de hediondos ideales de patria, raza y/o elección divina. Lucía Giménez es una actriz excepcional cuando se lo propone, aquí lo demuestra con un impecable trabajo, y Juan Diego Boto está a la altura de Álvaro de Luna y la gran Mercedes Sampietro. Muy Buena.
David O. Russell: Tres Reyes. Como era de esperar si nos atenemos a la participación ¿interpretativa? de ese pseudoactor, mediocre donde los haya, ni tan siquiera atractivo, es decir, el "mono" Clooney, esta bazofia pretenciosa y pretendidamente ácida es un producto infumable de los que hacen época; artificiosa, ridícula, vacua hasta la extenuación, y soterradamente fascistoide y propagandística, la historia propuesta es un cúmulo de despropósitos a la busca y captura de una falsa reconciliación con la hipocresía sangrienta que habitualmente suele poner en práctica ese país que acostumbra manifestarse tan vulgar como su nauseabundo cine de consumo: USA (y tíralo). A la mierda con estos ídolos que cagan blando y quieren hacernos tragar su propia estafa. Basta ya. Una Lamentable chocarrería.
Vincent Ward: El mapa del sentimiento humano. El responsable de "Navigators" y de esa execrable entrega sentimentaloide e insufrible llamada "Más allá de los sueños" (bien vapuleada aquí en el Rincón), se aplica con mayor énfasis cinematográfico para filmar un atípico drama interracial sazonado con una historia de amor, sufrimiento y redención personal muy bien ajustada a las pretensiones de la cinta, no otras que ofrecer una reflexión intimista y, en ciertos planos, onírica, casi surreal, y también antropológica acerca de la particular odisea emocional de un esquimal aprendiz de cartógrafo y metido de lleno en el infierno de la Segunda Guerra Mundial. Al final descubrirá que, efectivamente, en los mapas está todo, sí, eso es seguro, pero que la mayor parte de las veces la auténtica y única revelación que ofrecen es la de mostrarnos que estamos realmente desorientados, perdidos. El cartógrafo del alma humana hallará su propio extravío en la exploración detallada del terreno sentimental. La química entre Anne Parillaud y Jason Scott Lee funciona a las mil maravillas. Muy interesante.
Y ya os dejo una semana más, con los Anales de Tácito llenando un nuevo hueco en mi adorada biblioteca y ciertos Fragmentos de Filósofos Presocráticos a la espera de que algún día puedan ser adecuadamente devorados por mi ansia. El Ansia. Un estado del deseo que busca con desesperación ser colmado con/por el objeto con que sueña saciarse. Pero jamás lo consigue ni debe conseguirlo porque esa es precisamente su razón de ser. La saturación que anhela es la imposibilidad que fundamenta el impulso que lo anima, la restricción real que moviliza la imaginería de la consecución. También el Amor, el verdadero, el auténtico, participa de esa pulsión inagotable en su propia esencia, de ella se nutre y a ella ofrece el creciente alimento de su pasión en un círculo de retroalimentación continua, que dispara El Ansia hacia el objeto de Deseo hasta un límite que tiende a Infinito. Así el sentimiento amoroso puede incrementarse indefinidamente haciendo bueno el dicho agustiniano sobre que "la verdadera medida del amor es el amor desmedido". Ese anhelo de dimensiones incalculables, ese Ansia inconmensurable, como necesario adminículo uncido al ejercicio de la Pasión. Prontuario hiperconcentrado de la esencia del Amor. La receta mágica de la Felicidad que ahora tengo el privilegio de degustar a diario.
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