Una semana más que comienza con un Crystal (nada de minority) Report resistente a mis acertados juicios programáticos. Menos mal que lo haga con el excelso recuerdo de una experiencia estética absolutamente recomendable, Analogías Musicales: Kandinsky y sus contemporáneos, que podéis disfrutar en el Thyssen-Bornemisza madrileño, donde la estrella indiscutible es efectivamente Wassily Kandinsky (memorable su "Trama negra"), pero no sólo él, puesto que brillan en ese olimpo de elegidos las miradas circulares de Delaunay y Kupka, las sonoridades pictóricas intimistas de Boccioni, los vórtices resonantes de Picabia y Severini, las elegantes modulaciones cromáticas y polifonías pictóricas de Paul Klee, más las perfectas variaciones de Jawlensky y el propio Schönberg. Me despido del edificio en levitación supina tras haber contemplado La Piedad (el Entierro de Cristo) del artista valenciano Jusepe de Ribera, y me dirijo hacia una nueva meditación todavía con una de las imágenes del redentor bombeándome la sangre cerebral. Todo está oscuro. Intuyo una masa coloidal aproximándose justo detrás, como un abanico recubriendo las paredes laterales que se cierran sobre mí amenazantes, altivas, ensoberbecidas por la indefensión de la que hago gala. Estoy paralizado. He de reaccionar pronto o sucumbiré a la atracción del abismo. Doy un salto forzado, las sombras parecen retroceder, pero es sólo una ilusión óptica porque continúan su ominoso acecho. Es entonces cuando percibo la sonoridad de las Gondoles Lugubres de Franz List (1811-1886) y decido abalanzarme sobre el único punto del espacio capaz de arrojar un nuevo significado a lo que está sucediendo y que no llego a comprender plenamente. Me estiro, dibujo una elipse aérea y aterrizo con precisión de lancero sobre el botón que pondrá en marcha el mecanismo. PUSH: David Lynch: Mulholland Drive. Os remito a la crítica que con fervorosa admiración ya realicé acerca de mi dilecto Lynch y esta maravillosa obra de arte, un enigmático mecanismo de precisión narrativa, de pulsión creadora, de opaco hiperrealismo, de imaginería simbólica, que termina por subrogar identidades y despertar palingnosias con altas dosis de abstracción onírica. Es decir, Lynch en estado puro y duro. Para flipar sin descanso. Magistral. Si lo preferís, Obra Maestra. Zhang Yimou: El camino a casa. De maestro en maestro y tiro porque le admiro. Esperando ya su nueva y aclamada creación "Héroe", que posiblemente será lo más bello en imágenes que se haya filmado jamás, veo por segunda vez esta preciosa joya de orfebrería visual, un filme maravilloso y lírico, una profunda y hermosa historia ambientada en la China rural, cuyos protagonistas, una campesina y un profesor de escuela, se verán sorprendidos y enlazados por ese misterio carnal al que solemos denominar Amor. La belleza poética de las imágenes, el encuadre de las emociones a través de diferentes perspectivas de los paisajes, la captación del inevitable transcurso del tiempo y de su pervivencia en la memoria de los seres queridos, la aceptación consciente de la propia desaparición cuando se ha vivido por y para un propósito, que al final del camino de la vida se ve cumplido... todo eso y mucho más es esta extraordinaria película. El hijo de ese verdadero amor regresa a su hogar para enterrar a su padre de un modo "postmoderno" y desnaturalizado. Pero terminará comprendiendo el gran amor que sus progenitores se profesaron al tiempo que otorgará un nuevo significado, más profundo y vital, al hecho de la muerte, la propia extinción de la memoria. Pero en realidad no morimos jamás y morimos cada día. El tiempo es circular, los sentimientos que fluyen desde lo más hondo de nuestro corazón nos redimen de nuestras miserias humanas. La imagen y el verdadero cine triunfan con este canto apasionado en busca del sentido del amor y de la muerte. Para ti, mi querida hermanita. Obra Maestra. Ventura Pons: Anita no pierde el tren. No es lo mejor de este importante realizador catalán, debilidad mía y de una gran amiga a la que el Rincón le envía sus mejores deseos, a pesar de contar con la siempre genial Rosa María Sardá en un interesante trabajo, que si bien no supone alcanzar para Pons las cimas logradas con las extraordinarias "Amigo / Amado" o "Caricias", sí ofrece un cambio de registro hacia un cierto tipo de comedia costumbrista del que sale más que airoso, sobrado. Siempre sugerente, siempre arriesgado, siempre acertado. Muy interesante. Frank Whaley: Joe The King. Agradabilísima sorpresa la que nos proporciona este filme de corte independiente y crudeza en contenido, pretensiones críticas, buena puesta en escena, y gran trabajo del director. La triste y dura existencia de un niño sometido a un entorno sociofamiliar hostil y cuyo único refugio es su propia patología, tratar de apropiarse del afecto residente en las "cosas" a través del latrocinio compulsivo, en un acto de compensación simbólica que terminará por empeorar su situación real. Noah Fleiss realiza una interpretación muy interesante y merece la pena ver al gran Val Kilmer dándole a la botella y con una prominente barriga, la misma que se insinúa en el perfil flemático de un acertado Ethan Hawk. Buena. Alfred Hitchcock: Marnie, la ladrona. Continuamos con ladrones marcados por estigmas psicológicos difíciles de extirpar, pero esta vez de la mano del maestro del suspense y del cine Alfred Hitchcock, dirigiendo con la sabiduría que le caracteriza una estimulante propuesta marcada, eso sí, por su visión catártica del psicoanálisis (véase "Recuerda") más ligada a los inicios de esta importante disciplina científica (tratamiento terapéutico, metodología de investigación y teoría del aparato psíquico, todo a un tiempo) que a sus posteriores avances en clara interpenetración con otras disciplinas del conocimiento. Pero el resultado es extraordinario, una bella "Tippi" Hedren asediada por un trauma infantil reprimido que determina sus persistentes fobias, su incapacidad de mantener contactos sexuales y su conducta de robo incontenible. Un cuadro de trastorno de los impulsos y crisis de angustia moldeado por la imaginación del realizador y perfectamente ejecutado en alardes de posicionamiento y movimientos de cámara difícilmente igualables. Tensión máxima y liberación final, el espectador logrará participar de la experiencia traumática y catártica de la protagonista, bien acompañada por el guapo Sean Connery, gracias a la irrespirable y mórbida atmósfera emocional generada por Hitchcock, quien jamás renuncia a sus irónicos toques de humor ácido. Muy Buena. Steven Spielberg: Minority Report. Si el visionario Philip K. Dick nos subyugaba con un relato profético de inusual complejidad moral, no hace lo propio el supuesto rey Midas de Hollywood, un cineasta siempre correcto pero que, como ya he repetido en innumerables ocasiones, cuando la cosa se pone de altura, el tipo agarra un vértigo del carajo y termina por desarmarse a sí mismo, firmando finales ridículos donde prevalece su moralina yankee. Este es un nuevo y lamentable ejemplo de lo que digo, un vehículo de impecable factura visual al único servicio del exhibicionismo corporal de un hermoso ejemplar masculino llamado Tom Cruise, con un argumento en creciente desinterés por previsible (y no somos precog), lagunas inexplicables y un desenlace artificioso y cobarde, sólo encuadrable en el trémulo pulso de un realizador cada vez más en horas bajas. Toda la densidad de las adivinaciones interrelacionadas de los "precog", que magistralmente urdía Dick, es soslayada a favor de la endeblez acaramelada inserta en un castillo de naipes que se cae al primer soplo de viento inteligente, apuntando temas que un realizador más atrevido hubiera profundizado deliberadamente. Mala. Eterio Ortega Santillana: Asesinato en febrero. Una cinta de rabiosa y triste actualidad por el delicado y doloroso tema que aborda y su continua presencia en la vida nacional e internacional: el terrorismo y sus víctimas: los asesinados y sus familiares, mutilados para siempre al haberles sido arrebatada una parte esencial de sus existencias. El filme, que combina perfectamente testimonios reales de familiares y amigos de los asesinados, un político y el joven escolta encargado de protegerle, con el relato confesional sobre el funcionamiento de esa perversa maquinaria de matar, es un estremecedor documento que emociona desde sus primeras imágenes por la profundidad del sufrimiento que desprende, dejando imborrable constancia de la injustificable barbarie perpetrada por un odio ancestral e irrefrenable escudado en una ideología tan demente como sus propios brazos ejecutores. No están locos, no son monstruos ni alienígenas, ni están obnubilados al cometer sus cobardes hazañas, simplemente son débiles ignorantes identificados con imágenes de poder y dominio que les permitan elevarse por encima de su insufrible mediocridad existencial. El fascismo y cualquier tipo de totalitarismo siempre se han nutrido, y así lo seguirán haciendo, de este infame material humano. El planteamiento es tan infantil que acaba actuando la crueldad nacida de una frustración lógica, la que el terrorista percibe continuamente de la realidad frente a sus demandas regresivas tendentes a restablecer un supuesto pasado mítico. El vacío que dejan estos asesinos en la vida de cientos de personas reclama una justicia eficaz y enérgica, bien ejemplificada en las diversas actitudes con que muchos de sus allegados tratan de hallar formas de explicar lo sucedido o, al menos, de continuar viviendo sin el gusano de la venganza devorando su corazón. Nadie que no haya perdido de un modo brutal y sanguinario a un ser amado podrá entender perfectamente lo que digo, pero sí comprenderá empáticamente el insondable e infranqueable abismo que puede abrirse a partir de ese instante entre él y la felicidad, una para siempre difuminada grisalla bajo la eterna sombra del absurdo. La cinta de Santillana, con guión del siempre magnífico y comprometido Elías Querejeta, conmueve por su negra y descarnada verdad. Absolutamente necesaria. Muy Buena. Y ya os dejo de nuevo, enfrascado en una tarea de repetitiva esencia y desenfocada existencia, la misma que me oprime y deseo aliviar con el Laocoonte de Gotthold E. Lessing o tal vez releyendo el monumental Capital de Karl Marx, no hay que perder las buenas costumbres. Imagino cómo sería luchar contra una determinación impuesta por el informe de una mayoría de precognitivos dentro de un sistema policial de prevención premonitoria del crimen. Lo imagino, lo sigo imaginando y... ¡Eureka! el futuro ya nos ha alcanzado, unos arúspices metidos a políticos han previsto el desastre y condenarán a los culpables antes de haber cometido el crimen. La cuestión es: ¿quién representa ahora el informe de la mayoría y quién el de la minoría? Mayoría o minoría ¿de qué? ¿De quién? ¿Para quién?
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