Extracto de la Introducción:
Durante los setenta, Las Vegas experimentó un crecimiento tan inaudito que alcanzó un volumen que escapó al control, incluso a la influencia, de un puñado de hombres de curioso acento y anillos en el dedo meñique. Empezaron a interesarse por ella corporaciones importantes como Sheraton, Hilton y MGM, junto con empresas de inversión de Wall Street y el Drexel Burnham Lambert de Michael Milken; la inversión de tanteo ya había empezado a convertir aquella ciudad situada en el extremo oriental del desierto de Mojave, inhóspito, yermo, azotado por el viento, y de suelo salado, en la cuidad con el crecimiento más acelerado de Estados Unidos. Entre 1970 y 1980, en Las Vegas se duplicó el número de visitantes, alcanzando los 11.041.524, y la cantidad de dinero líquido que dejaron éstos aumentó un 273,6%, llegando a los 4.700 millones de dólares.
El núcleo de todo el crecimiento fue, evidentemente, el negocio de los casinos; hacia 1993, los visitantes habían dejado 15.100 millones de dólares en la ciudad.
Un casino es un palacio matemático montado a partir del dinero de cada uno de los jugadores. Cada apuesta hecha en un casino ha sido calibrada dentro de una fracción de su vida para sacar el máximo provecho y al mismo tiempo seguir ofreciendo a los jugadores la ilusión de que tienen una oportunidad.
Los casinos implican dinero líquido. Desde las ranuras en las que se introducen cinco centavos hasta las superranuras progresivas de quinientos dólares el dinero constituye la sangre que da vida a todas las cosas y personas de su interior. Los edificios no son más que una reiteración del dinero. Desde los ruidosos géisers de las monedas que ha de recoger el ganador en una bandejita
metálica ahuecada a propósito hasta los timbres, las campanillas y luces que anuncian las ganacias al minuto, el dinero domina la sala. las técnicas ordinarias de negocios de responsabilidad fiduciaria y la contabilidad de caja se desmoronan bajo las montañas de billetes y monedas que entran a diario en los casinos.
Probablemente no exista en el mundo otro tipo de negocio en que tantas personas entreguen diariamente tantos billetes de banco con más seguridad que en un casino. Los croupiers tienen que dar una palmada bajo el Ojo Electrónico antes de abandonar la mesapara demostrar que no se llevan ninguna ficha. Los delantalitos que llevan sirven para cubrir los bolsillos, y para impedir que puedan llenárselos. Cuando el croupier cambia un billete de cien dólares en fichas, debe comunicarlo en voz alta al jefe de mesas, a fin de que éste pueda ver cómo lo introduce en la estrecha hendedura con una paleta metálica.
Por muy concurrida que esté una mesa de ruleta o de dados, las fichas han de apilarse uniformemente por colores para facilitar a los supervisores su casi continuo recuento, y los croupiers de blackjack tienen que aprender a ocultar la carta a quienes pudieran observar de reojo, a fin de que los jugadores que actúan en comandta no sustituyan alguna carta vista y hagan saltar la banca. El supervisor con experiencia en la mesa de los dados jamás aparta la vista de éstos, sobre todo cuando el borracho de turno del extremo de la mesa derrama su copa sobre el fieltro, deja caer las fichas al suelo y se balancea hacia su mujer. Es justamente en estos desconcertantes momentos, como una foto instantánea, cuando se pasan disimuladamente los dados ful o con truco. La idea de hacer saltar la banca-por medio de una victoria milagrosa o, como alternativa, siguiendo métodos más fiables para hacer trampas-es la que atrae a todo el mundo a la cuidad. En Las Vegas pegar un palo al casino por las buenas o por las malas se ha ido convirtiendo en una forma de arte.
Sin embargo, es evidente que la gran mayoría de robos en los casinos no tienen nada que ver con las trampas de los jugadores o la corrupción de los croupiers. Casi ninguno de los grandes robos casinos ha tenido lugar en el interior de los salones. Los robos más importantes se han producido ha puerta cerrada en el sanctasanctórum, la zona del casino más delicada y deliberadamente segura, el lugar donde va a parar finalmente todo el efectivo que va dando tumbos por los centenares de máquinas de juego, las sagradas dependencias de contabilidad del casino.
Se trata de una sala generalmente sin ventanas, con doble cerradura, un lugar de trabajo sin aditamento alguno, con unas sobrias sillas de administrativo, mesas de plástico de color claro y estantes y suelos de acero reforzado para aguantar las toneladas de monedas y los inmensos montones de billetes que hay que contar a diario, un lugar donde se vacían cientos de cajas metálicas con doble cerradura y se clasifican sus billetes de 10, 20 y 100 dólares en fajos de 10.000 dólares, un grosor aproximado de unos dos centímetros, y, en los días de más movimiento, se apilan contra la pared en unas estribas que llegan hasta el pecho de una persona.
En las dependencias donde se cuenta el dinero no hay forasteros que puedan robarlo. El dinero desaparece a pesar de que normalmente haya cámaras conectadas, de que los guardianes cacheen a todos los que entran y salen de allí, de que tengan acceso al lugar un número muy limitado de personas (las leyes estatales prohíben el acceso incluso a los propietarios del casino) y de que cada dólar que se cuenta de cada una de las cajas en cada turno vaya acompañado por la firma y las iniciales de como mínimo dos o tres contables y supervisores imparciales.
Los que trabajan en las dependencias donde se cuenta el dinero cumplen con su tarea con la mortecina mirada de quien se ha endurecido a partir de la experiencia diaria de verse inmerso en la visión, el olor y el tacto del dinero. A toneladas. A montones. Fajos de billetes y cajas de monedas tan pesados que hay que utilizar grúas hidráulicas para trasladar de un lugar a otro de la sala el volumen de dinero.
Pasa por las dependencias de contabilidad tal fortuna diaria en forma de billetes de banco que casi en lugar de contarse se clasifica con distintas denominaciones y se pesa. Un millón de dólares en billetes de 100 pesa 10 kilos; un millón en billetes de 20, 45 kilos; un millon en billetes de 5, 192 kilos.
Las monedas se introducen en una báscula electrónica especial fabricada por la Realiance Electric Company-el modelo preferido en la época en que El Zurdo dirigía el Stardust era el 8130- que las ordena y cuenta. Un millón de dólares de las máquinas de monedas de 25 centavos pesa veintiuna toneladas.
El sueño de casi todos los que un día se convierten en propietarios de casino, incluso de los que trabajan en él, consiste en imaginar exactamente cómo apartar la sala de contabilidad de las ganancias. A lo largo de los años, los métodos han pasado desde el propietario que dispone de las llaves de las cajas hasta los empleados que sacan puñados de dinero antes de que se haya contado el efectivo. Existen complicados métodos para falsificar los comprobantes y desequilibrar las balanzas a fin de que pesen únicamente una tercera parte del líquido que entra en la sala de contabilidad. Los sistemas de camuflaje de ganancias de los casinos son tan variados como el ingenio de los que lo practican.
Fuente: Casino, de Nicholas Pileggi, ediciones Grijalbo
Titulo original: Casino, Love and Honor in Las Vegas
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