5. QUINTO TIEMPO
Mi hijo, nuestro hijo, ha muerto. No tengo a nadie a quien querer, a nadie en este mundo excepto a ti. Mas ¿qué puedes ser tú para mí, tú que nunca me has reconocido, tú, que cruzaste por mi vida como si hubieras cruzado un arroyo, tú, que hollaste mi alma como si fuera una piedra, tú, que seguiste tu camino ajeno a mi eterna espera? Una vez imaginé que podía conservarte para mí sola; que te poseía, a ti, el evasivo, en el niño. ¡Pero era tu hijo! Por la noche me ha abandonado cruelmente para emprender un largo viaje; me ha olvidado y nunca volverá.
De nuevo estoy sola, más horriblemente sola que nunca. No tengo nada, nada tuyo. Ni el niño, ni una palabra, ni unas líneas de tu letra, ni un lugar en tu memoria. Si alguien mencionara mi nombre en tu presencia, sonaría en tus oídos como el de una extraña. ¿Cómo no estar contenta de morir, si estoy muerta para ti? ¿Por qué no he de abandonarlo todo, si tú me has abandonado?
No te censuro, querido. No deseo introducir mis pesares en tu alegre vida. No temas, no volveré a molestarle nunca más. Sufre conmigo, para que yo pueda dar paso al deseo de gritarte desde el fondo de mi corazón por una sola vez, en la hora amarga de la muerte de mi hijo. Unicamente esta vez voy a hablarte. Luego volveré a la oscuridad y seré de nuevo muda para ti como siempre lo he sido. Ni siquiera llegará a ti mi lamento si sigo viviendo. Sólo en el caso de que muera recibirás esta herencia de una mujer que te ha amado más ardientemente que nadie, una mujer que nunca has conocido, una mujer que ha esperado siempre tu llamada y a quien nunca has llamado. Quizá, quizá cuando recibas este legado querrás verme; entonces, por primera vez, te seré infiel, ya no podré oírte desde el sueño de la muerte. No te dejo ningún retrato ni ningún recuerdo, igual que tú nunca me diste nada, porque no quiero que ahora me reconozcas. Tal fue mi destino en vida, tal quiero que sea mi destino después de muerta. No te llamaré en mi última hora; seguiré mi camino, dejando que ignores mi nombre y mi aspecto. La muerte me será fácil, porque tú no sufrirás por ella. No podría morir si mi muerte hubiera de causarte dolor.
No puedo ya seguir escribiendo... Me pesa tanto la cabeza... ; me duelen los miembros; tengo fiebre. Me parece que tendré que acostarme inmediatamente.
Quizá pronto todo habrá acabado. Quizá por esta única vez, el destino será amable conmigo y no me dejará ver cómo se llevan a mi hijo... No puedo seguir escribiendo. Adiós, querido, adiós. Todo mi agradecimiento para ti. Cuanto sucedió fue bueno a pesar de todo. Te estaré agradecida mientras me quede un soplo de vida. Estoy contenta de habértelo explicado todo. Ahora podrás saber, a pesar de que no lo comprendas plenamente, lo mucho que te he amado y que mi amor nunca será una carga para ti. Me tranquiliza pensar que no te decepcionaré ni habrá cambios en tu brillante y amable vida. Mi muerte, amado mío, no te causará ningún daño. Y eso me consuela.
Mas ¿quién, ¡ah!, quién te mandará ahora las rosas blancas el día de tu cumpleaños? El jarrón permanecerá vacío. Nunca más volverá a respirarse en tu habitación, una vez al año, aquel aroma, aquel aliento de mi existencia. Una última súplica, la primera y la última. Hazlo por mí. No dejes de comprar el día de tu cumpleaños (día en que se suele pensar en uno mismo) algunas rosas, y ponlas en el jarrón. No quiero a nadie más que a ti. Unicamente deseo seguir viviendo en tu recuerdo (solamente un día al año, suavemente, silenciosamente, como siempre he vivido a tu lado). Por favor, hazlo, querido, hazlo por favor... Mi primera súplica y la última... Gracias, gracias, gracias... Te amo, te amo... Adiós... "
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