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Una semana más en que nos es otorgado el privilegio de interrogarnos acerca de cuestiones de difícil tratamiento y peor solución. Mis pensamientos pulsan los macillos que activan aquellas sensaciones que me predisponen a conectar con diferentes universos imaginarios.

13 feb 2006

   Una semana más en que nos es otorgado el privilegio de interrogarnos acerca de cuestiones de difícil tratamiento y peor solución. Mis pensamientos pulsan los macillos que activan aquellas sensaciones que me predisponen a conectar con diferentes universos imaginarios. Todo resuena entonces dentro de mi cabeza como una suave música interior, al modo de una carlanca de notas construida a partir de jibias de emoción que puedo colocarme alrededor de mi alma. Pero eso sólo consigue aplacar momentáneamente un desasosiego frente al enigma que constituye el inte(a)rrogante acerca de la existencia de la materia y de la nada. ¿Tenemos derecho a tratar de comprender tales cosas? ¿Acaso no sabemos ya desde el comienzo de nuestras indagaciones que todo nuestro esfuerzo está destinado a un sonoro, a veces tan absurdamente canoro como un ruiseñor cantando en medio de un paraje desolado y frío, fracaso?
Bueno, tal vez nos quede el resguardo de pensar en la totalidad del universo como una voluntariosa hierofanía en todos y cada uno de los detalles que conforman la materia. Pero ¿de qué clase de Voluntad estaríamos hablando al conceptualizar la realidad como consecuente manifestación de lo sagrado? Baruch Spinoza se consideraba, era considerado, materialista, ateo y republicano. Pero continuaba creyendo en un modo de panteísmo donde la eternidad no era prolongación de la existencia del alma en un más allá salvífico sino que supo subrogar esa soteriología por la concentración de Todo el Tiempo en la vivencia vivificadora y regeneradora del puro instante existencial. ¿Nos sirve esto?
Esta es una entrega del Rincón muy especial ya que celebramos el nacimiento de un nuevo y no tan pequeño miembro cultureta, David, el hijo de nuestros queridos y admirados Mariete y Ruth, una pareja de seres extraordinarios que sabrán ofrecerle amor, cariño, ternura y una educación inteligente con cuya ayuda llegará a convertirse en un hombre responsable y libre. ¡Qué misterio tan grande e insondable el de la vida! Frente a ese enigma, un milagro portentoso y fruto de millones de años de evolución adaptativa, de casualidades improbables y azares imposibles, nada podemos saber con exactitud acerca de su origen y su auténtica finalidad en el concierto o desconcierto del Todo Universal. David, todo nuevo recién nacido llegado al mundo, es un extraño dentro de un mundo de estímulos y sensaciones que constituirán la materia prima desde la cual, y con la inestimable ayuda de sus progenitores, comenzará un alucinante viaje hacia la construcción de su propia consciencia, camino que habrá de realizarse a través de lo que los otros, su núcleo familiar y en fases posteriores el entorno ampliado, le irán ofreciendo para sus sucesivas identificaciones caracteriológicas.
Llegará el momento en que la realidad comience también a levantar las inevitables barreras para el deseo mágico del niño, y con la ayuda de sus padres y cuidadores tendrá que comenzar a entender una de las más duras enseñanzas que el desarrollo en sus inicios siempre proporciona: la realidad impone límites a nuestros deseos y la satisfacción que adivinamos con su realización ha de ser demorada para evitar consecuencias negativas, que curiosamente siempre acabarán relacionándose con el conflicto surgido de la contraposición con otros deseos, los de los demás que entran inevitablemente en oposición o discordia con el nuestro. El aprendizaje es adquisición de habilidades, aptitudes, conocimientos, valores y actitudes, todo ello posible gracias a las inevitables renuncias que a lo largo del largo camino de la existencia nos vemos obligados en algunas ocasiones a realizar. El ser humano en la ardua construcción de sí mismo habrá de afrontar en algún momento de su existencia cuestiones directas que le interpelarán acerca del verdadero significado de lo que ha hecho hasta ese instante y de lo que tiene proyectado continuar. ¿Cómo no otorgar un lugar especial dentro del núcleo esencial de cualquiera de nosotros a las importantísimas y decisivas figuras de los padres?
Es hora de finalizar por hoy. Suena el sonido duro y contundente del grandísimo “Perfect Timing” de McAuley Schenker Group y las melodías resuenan dentro de mi cabeza lanzándome hacia visiones retrospectivas. ¿Por qué el pasado me asalta ahora con tanta frecuencia cuándo precisamente me interrogo con más asiduidad de lo que considero habitual sobre el tan incierto como prometedor futuro que aguarda a nuestros recién llegados? Las poderosas guitarras del tema “Rock until you’re crazy” me transportan de un salto temporal a una habitación espaciosa donde vuelvo a escuchar la misma canción mientras contemplo fijamente el compulsivo recorrido de unos miniaturizados coches sobre un circuito surcado por dos hendiduras paralelas. Afuera presiento el desorden, el caos, pero allí dentro, aborto en la visión de una competición de paralelas ad infinitum me percibo extrañamente tranquilo, relajado, quieto. Se hace el vacío en mi mente y sólo trato de pulsar la difusa luz del horizonte para que ésta no se apague jamás. PUSH IT SEARCH:
 
Jon Turteltaub: La Búsqueda. Una espeluznante tontería a cargo de un realizador en horas bajas, hijo predilecto del vídeo clip envilecido, y que cuenta además con la triste interpretación de un balbuceante Nicholas Cage dando vida a un buscador de tesoros que en esta ocasión deberá encontrar el mapa invisible que se oculta en el reverso oscuro de la Declaración Nacional de Independencia (para ellos claro) de los imperialistas USA. Todos los tópicos imaginables reunidos en una sola e insufrible entrega de un pobre emulador del inefable Indiana Jones. Nada falta en esta pésima entrega cuya falta de originalidad y tensión narrativa sólo es compensada por la risa incontrolable que provoca el retrasado doblaje del burdo Cage: la chica guapa, plomazo y un pelín tonta, el colaborador de mente enana y humor barato, el villano excesivamente hablador y confiado de sí mismo, la forzada historia romántica repleta de diálogos para inteligibilidades planas, y, por supuesto, un inimaginable tesoro propiedad de la masonería que se escabulle más que cierto personaje tras su indulgente y estúpida sonrisa de solícito y benevolente benefactor. La participación del gran Harvey Keitel en este tremendo desaguisado sólo es achacable a una montaña de facturas por pagar, del mismo modo que no se comprende como un actor tan competente como Sean Bean se abona a estos malvados de cartón sin tratar de explorar nuevos territorios interpretativos en espacios mucho más independientes. El propio Cage es un actor todo terreno que tan pronto es capaz de regalarnos buenos registros en filmes más atrevidos como “Adaptación” o “Los impostores”, como por el contrario ofrecernos vergonzosas apariciones estelares directamente emparentadas con la que ahora nos ocupa (la nunca suficientemente denostada “Con Air”).
Pero lo que me da realmente pena es ver a John Voight hacer de padre del atesorador independiente, que no parece serlo tanto a tenor de las infantiles conversaciones que mantiene con su también peterpaniano progenitor, convertido ya en una ajada caricatura que a duras penas hace recordar la grandeza de lo que un día representó y fue. Pero al menos es la única grandeza reconocible que puede atribuirse a este subproducto banal y superfluo que lejos de dignificar el puro entretenimiento basado en la aventura mítica o elegante opta deliberadamente por abarcar cotas de pantalla-taquilla en provecho exclusivo de unas arcas atiborradas de soberana y pueril memez. Cuando uno busca en semejantes islas, lo único que encuentra es la realidad de un naufragio permanente y la irrealidad de un tesoro fílmico. Lamentable.

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