Al final de nuestra doceava porción arqueológica, y tras haber examinado con detenimiento la simbología oculta en los lienzos más famosos del maestro Sandro Botticelli de la mano del gran pensador que es Eugenio Trías, concluíamos con este último interrogante: ¿Cuáles son esos demonios que habitan en el abismo de la oscuridad no visible y que sin embargo quedan anticipados y sugeridos en una superficie de representación donde reverberan sus ecos de agonía y de muerte?
Y esto venía a cuento de habernos preguntado justamente acerca de las sucesivas capas de recubrimiento que eran de hecho detectables en la representación de la Belleza en los cuadros del gran pintor: ligada a lo sensible y remitiendo a un más allá ideativo fugazmente visible en "La Primavera"; mucho más esencial y pura pero también quedando misteriosamente referida a un más allá esquivo de carácter mucho más sombrío, tenebroso y amenazante en "El Nacimiento de Venus". Y por eso, como cuestión complementaria e inmediatamente anterior a la introductoria de hoy, nos preguntábamos también: ¿qué es eso tan siniestro, tan terrible y repugnante que se esconde tras el velo de la belleza y sin cuyo concurso el mismo efecto de la belleza quedaría disipado por cuanto su existencia es la que otorga una fuerza marcadamente ritual y dramática? Una vez más las estructuras responsables del nacimiento del sujeto a la cultura entendida como universo simbólico donde producir el deseo vienen a arrojar un rayito de luz esclarecedora sobre la bruma que nos envuelve.
Venus es la hija de Urano cuyo semen previamente esparcido por el océano es detectable en la forma de la espuma marina que permanece en las burbujeantes olas y de la que surge la diosa. Pues bien, fue Cronos el hijo de Urano quien castró a su Padre y arrojó al mar sus testículos, que aun así vertieron el semen en el agua causando la espuma de la que finalmente surgiría la Venus sin madre. El horror insoportable y siniestro de la Castración es lo que permanece oculto y aludido a través de la representación pictórica de la belleza efectuada por Botticelli. Y esto ya nos estaría conectando directamente con el terror edípico a la castración como una de las generatrices fundamentales de lo simbólico, de la cultura. La amenaza de extinción total, el abismo negro de la aniquilación más abyecta es lo que subyace y sostiene la representación que alegoriza la división del Uno primordial en esa idea de belleza que funcionará al mismo tiempo como polo atractor hacia la reintegración con ese Uno mediante el deseo inabarcable de belleza, el Eros. La belleza vela el horror, lo hace visible metonímicamente y se sustenta en su presencia oculta y presentida. De ahí extrae su fuerza ilimitada y su atracción hipnótica, de ahí procede su vena extática y su condición experiencial de viaje hacia la búsqueda de la Verdad más allá de cualquier objetivación o realismo tangible, de ahí su dramaticidad y su ritualidad casi mágica.
Ni tan siquiera el maestro Botticelli, adorador de la más que hermosa Simonetta Vespucci, la modelo para Venus, que falleció demasiado joven y de quien se dice fue el amor platónico del hermano menor de Lorenzo "el Magnífico", Giuliano, asesinado por los Pazzi (ver arqueología "Huellas del Renacimiento") en la catedral florentina y cuyo hijo Gulio (el Papa Clemente VII ) fue resultado de las relaciones con su amante Antonia Gorini; ni tan siquiera el gran artista creador y artífice del maravilloso fresco de San Agustín el la iglesia de Todos los Santos (Ognissanti), construida en el siglo XIII por iniciativa de la orden de los humillados y que en el año 1561 pasó a manos de los franciscanos; ni tan siquiera él, como vengo diciendo, pudo escapar de una sobredeterminación oculta, que justamente por estar ahí y ejercer su ausente presencia desde la otra escena del lienzo fue y es responsable del mítico efecto de belleza que todavía hoy nos siguen produciendo las obras maestras de un genio realmente incomparable...
...San Agustín está ahí de nuevo, en su recogido estudio, rodeado de artilugios y artículos de escritorio, el padre cristiano frunce el ceño en un gesto de profética preocupación interior, como si anticipase los innumerables sufrimientos que están por llegar a una humanidad inconsciente del auténtico peligro que corre. Y ahora que vamos a efectuar una breve interrupción arqueológica, ¿por qué no despedirnos tratando de relacionar el platonismo trágico de Miguel Ángel y ese otro platonismo no menos turbulento de San Agustín?
Para el inmortal pintor y escultor renacentista la Belleza emanaría directamente del Bien Supremo, del supremo Creador, de Dios. De esta forma la creación que nace del artista es parangonable a la acción creadora del sumo Hacedor. Luego está la poética de lo inacabado tan bien vista y rescatada por la sensibilidad artística del Romanticismo del XIX (la Piedad Rondanini). El artista relacionaría deliberadamente Belleza y Bien en busca de una identidad absoluta y perfecta. Y no hay duda de que la apariencia formal más apetecible (lo bello) y la necesidad de lo que ha de ser (lo bueno) fuerza la imposible silepsis conceptual hacia una tensión creativa insoportable.
Por otro lado, para el de Hipona todo lo creado es bueno, el Bien está en todas las cosas porque precisamente por ello son corruptibles. Y lo inmutable es asimismo lo Incorruptible. La clave es por tanto la siguiente ecuación: el Bien, incorruptible, otorga Ser; ser bueno es tener ser y si uno se corrompe y pierde bien (se hace menos bueno) entonces también pierde parte de su ser. No puede haber algo que exista sin que posea algo de bien, no puede existir algo que sea totalmente corrupto, luego que no sea. Ser y existir también son, por lo tanto, términos intercambiables, equivalentes. El Mal aparece así como ausencia de Bien, sin sustancia positiva.
También merece la pena tener en cuenta la tipología de precedencias o prioridades establecida por el gran maestro cristiano: de tiempo, de elección, de eternidad y de origen. Especialmente interesante resulta esta última pues es la que adjudica directamente a la configuración de la materia invisible e informe de la que procederá la formalización de lo corpóreo y la otra naturaleza, la puramente intelectiva o espiritual ("el Cielo del Cielo"), de la cual se originará por iluminación y participación directa de la bondad divina la materia angélica. No olvidemos que para San Agustín todas las formas, corporales y espirituales, son efecto directo de la perfección y superabundancia de la bondad divina, como un don, un regalo que el Altísimo ha hecho no porque su perfección así lo requiriese sino por pura bondad. La voluntad de Dios es inquebrantable, inconmutable, idéntica a su Ser, y Él mismo es su propia e inmutable bienaventuranza. Él da la luz y la participación en esta luminosidad es la que otorgaría el verdadero y derivado Ser. Es el misterio de la creación a partir de la Nada de una materia de la que se logrará una forma perfecta; el mismo misterio de la Trinidad inscripto en el tenebroso interior que nos gobierna: ser, conocer y querer: el misterioso nudo borromeo que ya el de Hipona intuyó y supo de alguna manera anticipar.
Se me ocurre pensar que tal vez el mismo Dios descansó una vez el artista concluyó su magna y eterna obra. Miguel Ángel estaba habitado por el espíritu divino que vería a través de sus ojos, otorgando a su obra una dimensión misteriosamente escatológica. Y San Agustín viene a corroborar esta interpretación cuando se nos ha permitido contemplar extasiados ese sólido firmamento artístico sobre nuestras cabezas. Dice así el Padre de la Iglesia en sus turbulentas confesiones: "las cosas que nos agradan por vuestro Espíritu a Vos mismo os agradan en nosotros". Y también señala que "ninguno sabe las obras de Dios, sino el Espíritu del mismo Dios". ¿Tal vez un aliento apenas audible y entrecortado en el fondo insondable del abismo?
Volveremos muy pronto con nuevas entregas arqueológicas, antes de lo que imagináis, tras haber disfrutado de los numerosos regalos que esperamos recibir de parte de los Reyes Mágicos y habiendo enviado sin duda nuestros mejores deseos de lucidez y equilibrio a un mundo habitado desgraciadamente por la incertidumbre y la violencia.
Sed cuerdos en el disfrute y desaforados en la pasión. Hasta pronto.