Una semana más en la que me mantengo inmerso en la línea experiencial recién comenzada. Tomo apuntes con la intención no tanto de superar la provocación y salacidad de un posible género autocrítico sino más bien con el proscrito objetivo de engañar. No voluntariamente desde luego, pues no se trata en absoluto de lucir o epatar, en medio de la tribulación del conflicto, al modo de un duro en inquebrantable agonista. El combate ahora es el ofrecido por una divergencia del pensamiento al apoderarse de señales o indicios que parecen surgir repentinamente desde los fondos más olvidados de la memoria. O tal vez sea de la repetición de lo que verdaderamente estemos hablando. Una compulsión a repetir que se obstina en suturar aquello que lucha desesperadamente por quedar abierto a la especulación pura y se resiste con fuerza a ser clausurado por la geometría de la razón. Y esa ausencia de cierre abre la ventana de las emociones (bien decía la fatal y bella Gilda que cerrar la ventana no elimina las pasiones que quedan supuestamente fuera) conduciéndome directamente al Bach’s Memento del músico y compositor francés, sucesor del gran Cesar Franck en el conservatorio de Lyon, donde también ejerció de organista en la iglesia de Saint Sulpice, Charles-Marie Widor (1844-1937), a la espera de capturar muy pronto su trabajo sinfónico para órgano y admirando sin duda la hermosa y mística brillantez de estas composiciones que ahora disfruto con dilatado deleite. A continuación cierro los ojos y me dejo llevar por el arrobo del instante, hallándome al punto pinchando el último trabajo del ya consagrado y prodigioso vocalista George Michael. Un disco redondo que acaricia el sentido auditivo con la aristocrática elegancia de un artista genial. Una voz arrulladora, de una armonía celestial y potente que me conduce, vía "PATIENCE", hacia el punto de replanteamiento crítico de aquello que habitualmente suele darse por sentado. Nuestra caja negra ha de ser necesariamente transformada en un recipiente no translúcido sino autónomo, éticamente responsable, para que de esta forma tal vez podamos escapar, como seres humanos desnudos de nuestra máscara social, de esa alienación en la demanda que persigue la consecución imaginaria de un Todo. Por eso precisamente no debemos ceder en el deseo y asumir el límite real de cualquier ideología. Alzo entonces la mirada y nos observo perdidos en los enigmas de Córdoba y Sevilla. ¿Qué maravillosas experiencias nos aguardan en sus majestuosos rincones de historia? Un sollozo, una mirada inocente, un gesto que todavía no es del todo consciente, una primera palabra que no puede agotar toda la necesidad en la demanda que vehiculiza, una nueva vida... Es hora de rozar con delicadeza esa luminosidad que proviene del misterioso extranjero interior y despedir la próxima cita del rincón hasta nuestro regreso en el mes de diciembre. La venida del auténtico juez está cada vez más cerca. ¿Nos conmoverá una vez más o nos dejará tan indiferentes como de costumbre? PUSH IT CONSCIOUSNESS:
King Vidor: Camarada X. El ya clásico autor de creaciones tan excepcionales como "Guerra y Paz" o "Duelo al sol", firmó en 1940 una infumable propaganda "proyanki" que se abastece para sus propósitos de un supuesto cinismo de diseño encarnado por los atractivos pabellones de Clark Gable, mientras el resto del reparto se ofrece como necesaria comparsa para articular una tramposa deslegitimación del régimen soviético en provecho de una mayor gloria del imperio de la salchicha y el béisbol, un páramo espiritual que si bien así es reconocido al comienzo por el galán X, tarda poco en convertirse en paraíso de escape para los falsos sueños consumistas y de libertad progresivamente manifestados por una exquisita Hedy Lamarr ("Éxtasis", "Sansón y Dalila"), en realidad lo único destacable del filme. El tono de sátira inteligente va dejando paso poco a poco, o mucho a mucho, a un discurso reaccionario hábilmente maquillado por Vidor en máscara de jocosidad absurda, lo cual no puede engañar a nadie y deja la sensación en el espectador de manipulación tan deliberada como burda. La asesina maquinaria dictatorial soviética es desarticulada desde la mofa dirigida contra la manipulación política de los ideales que representa, pero si la intención es loable y da ciertos resultados mientras mantiene una cierta distancia comparativa respecto al contrapunto norteamericano, sucumbe sin embargo a su propia estrategia cuando la parodia trata de presentar al burócrata ruso como naturalmente egoísta y mentiroso y a su racionalidad transformadora como segunda piel de la deficiencia mental. Ahí es espectador avispado adivina el temor recóndito de una defensa levantada contra lo que no se comprende o trata de combatir desde posiciones igualmente irracionales y la película muestra a la postre su peor cara, ofreciendo como guinda una vergonzosa escena final donde se afirma el nacimiento de la contrarrevolución desde la estulticia zombi de un campo deportivo de masas. Perfectamente olvidable. Qué coño: Mala.
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