¿Cuánto pesa la vida, la culpa, la redención? ¿Cuánto pesa el hecho inexorable de La Muerte? En el caso del realizador mexicano Alejandro González Iñárritu, que en su haber ya cuenta con la impactante y sobrecogedora "Amores Perros", habría que preguntarse asimismo cuánto pesa el cine arriesgado, visceral, descarnado, inteligente y lírico que este hombre fabrica con la sutileza y la contundencia maestra de un puro orfebre de la imagen. Filme presentado como una historia compleja de venganza y redención, afortunadamente no se reduce a los esquematismos conceptuales que tal estructura presupone y se convierte al poco de su inicio en más, en mucho más, transformándose progresivamente, a medida que el rompecabezas se va componiendo, resignificando y recomponiendo sin parar con los fragmentos de sucesos entrelazados o de algún modo relacionados, en un espacio dramático de ficción donde el propósito inicial subyacente (las coordenadas narrativas supuestas) es subvertido por un diagrama relacional que es "otra cosa", un dispositivo que genera catástrofe, caos, paroxismo, pero que Iñárritu controla con inusitada inteligencia al retornarlo sobre el objetivo primordial para obtener un resultado sencillamente demoledor, deslumbrante, como una forma visual y narrativa novedosa presa de una tensión máxima al estar azotada por enormes fuerzas invisibles que operan sobre sus diferentes localizaciones (el Tiempo, La Vida, La Angustia, La Culpa, La Fe, La Muerte).
El memorable hallazgo fílmico se nos ofrece como un hecho artístico pleno, un tríptico de personajes-figuras golpeados en lo más íntimo de su ser, desahuciados de sí mismos y orbitando alrededor de una tragedia imposible de elaborar desde un plano puramente racional, y cuyos destinos entrecruzados conforman un hermoso y oscuro poema sinfónico donde se dan cita el más filosófico sentido moral y una belleza expresiva capaz de destacar la soledad extrema sobre un fondo emocional monocromático. Una uniformidad de base puesta al servicio del resalte de un Tiempo atemporal, extrayendo precisamente lo más humano y universalizable desde la singularización de un dolor inconsolable, que es agitada y reintroducida en los bordes existenciales del trío protagonista para ir desplegándose a través de una especie de continuidad abrupta, histerizada y casi brutal.
Iñárritu consigue así dar forma a un fenómeno tan extraño en la filmografía actual como necesario a la hora de ofrecer nuevas aproximaciones a temas asediados por millones de clichés: sobre un fatalismo forzado por los vuelos de la imaginación, especialmente proclive a la desmesura y la sentencia fácil, y recogiendo las posibilidades que le ofrece, opera una transformación desde su propio diagrama de ahondamiento vital y obtiene una semejanza mucho más profunda con la realidad que pretendía desarrollar, permaneciendo fiel a sí mismo y a la verdad abisal de las emociones que retrata. Ahí vemos al enorme Benicio Del Toro planteando en su misma raíz el problema de la libertad de decisión humana, allá a Naomi Watts vomitando una excelente racionalización del hecho de la venganza en función del peso asfixiante de la autocompasión más titánica, en otro extremo a Sean Penn carcomido por un ficticio sentido de la justa reciprocidad, de nuevo a Del Toro paralizado por una Culpa alimentada desde el egoísmo de la semejanza, una vez más a Naomi proyectando su inmensa furia sobre el fatum materializado en un expresidiario víctima de sus propios prejuicios religiosos... una inmensa red relacional con múltiples niveles de profundidad conectados mediante los vasos comunicantes del gesto, de la mirada, de la identificación operada y luego perdida con un Dios omnipotente que es adorado y provocado (qué tremendo diálogo en la prisión de la propia conciencia) por un oprimido Del Toro, a través siempre de la reflexión sobre la efectividad bíblica de una "ley del talión" que exige la venganza extrema porque en el fondo no considera la existencia de la culpa en el infractor. La película de Iñárritu asemeja, pues, el intento de la palabra literaria cuando ésta se atreve de alguna manera a cercar el numen sagrado de ciertos significados sin cuyo concurso permanecerían para siempre ocultos e indescifrables. Cerca el abismo, asedia el silencio, se construye en varios tiempos en busca de un sentido esquivo que acaba siendo conformado por su propia composición y así logra la magia, el milagro de narrar a través de las imágenes en movimiento un universo distinto y a la vez más semejante a las oscuridades habitualmente invisibles que retrata.
El desenlace, prodigioso, excelso, abre la conclusión hacia nuevos caminos de reflexión y sentimiento a través de cuyo recorrido el hombre seguirá inexorablemente enfrentado a los eternos enigmas planteados por el hecho de ser dueño de una autoconsciencia propia, por el radical asunto de su existencia y su inevitable extinción. El Peso de su perplejidad. El Peso de su errático deambular. El Peso de su sisífica heroicidad. Todo cabe en 21 gramos. Cada gramo estalla de vida, cada gramo completa el ciclo completo de una vida y cumple un acercamiento total al sentido de lo humano, como una rueca de cambios y pérdidas, de metamorfosis y ganancias, hacia el corolario inevitable: por fin, también y desterrando la interpretación simplista de la culpa, todo el Peso abrumador de la inocencia interrogando a la muerte mediante su trágica curiosidad.
21 Gramos: El Peso de una Obra Maestra.
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